Creámonos creémonos libres | Volvamos sobre nuestros pasos pero con distintos zapatos
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Volvamos sobre nuestros pasos pero con distintos zapatos

Volvamos sobre nuestros pasos, pero con distintos zapatos

Conoce la costumbre y la tradición,

pero no permitas nunca que decidan por ti.

En torno al nuevo proceso productivo que tendremos la oportunidad de desarrollar en la sociedad sin dinero, la sociedad del afecto y el conocimiento, es importante entender las consecuencias derivadas del hecho de que la rentabilidad económica deja de ser un factor que determina las actividades humanas. Todos aquellos materiales o técnicas en los procesos productivos que normalmente se han desechado porque no son económicamente rentables, podrán volverse a poner en práctica. De esta manera, por ejemplo, se abrirán nuevas y diversas posibilidades en el sector de las energías renovables, cuyos materiales podrán responder a su vida útil, a su capacidad para ser reutilizados, su facilidad para ser manipulados o el bajo impacto medioambiental en la extracción de las materias primas necesarias para su fabricación. Por otro lado ya no será necesaria la creación de grandes centrales de producción de energía renovable, si no que cada individuo, vivienda o fábrica podrá ocuparse de proporcionarse la energía que necesite, y la sobrante volcarla en la red algo que ahora mismo, no supone ningún beneficio económico para los grandes poderes y por tanto no interesa fomentar. En este viaje de retorno, el destino debe ser una sociedad que comprenda al ser humano en su totalidad, y sea un reflejo de su riquísima complejidad. Una sociedad totalmente contraria a la actual, en la que la persona es considerada como un elemento productivo, por encima del resto de sus facetas creativas, emocionales, vocacionales…

Tenemos la tecnología, el conocimiento, y cada vez menos dinero, es el momento de demostrar que unas manos generosas pueden hacer aflorar la abundancia de este planeta, sin ninguna necesidad de su demanda y su oferta. Para ello debemos desandar el camino que nos ha traído hasta aquí, recuperar la libertad y dignidad que vendimos a cambio de dinero. Ha llegado el momento de contemplar la Historia también como un viaje de vuelta, en donde el ser humano es el viajero que vuelve a recoger en su equipaje lo que a lo largo del camino dejó, pensando que había quedado obsoleto. El viajero que al mismo tiempo abandona aquello que en su día le convencieron de que era beneficioso, pero ha terminado demostrando ser todo lo contrario. Quien trae consigo todo lo nuevo aprendido durante el viaje y lo utiliza en su propio beneficio y el de los demás.

Volviendo sobre nuestras pisadas, lo primero será retomar lo que nuestros abuelos, y abuelos de nuestros abuelos, tuvieron que abandonar: sus fuentes de sustento. Lo hicieron por un lado obligados, ante el ansia de los latifundistas por la explotación monopolizada del campo, y por otro lado animados por la idea de que en la ciudad se viviría mejor. En algunos casos pudieron acertar, pero indudablemente en el camino perdieron demasiado: pasaron a depender del patrón para trabajar, para llevar a la mesa la comida que antes salía de sus manos, pasaron a depender del precio de unos alimentos que en ocasiones no podían pagar, y de los que ahora desconocían toda la distancia y química que traían consigo. Buscando el dinero prometido vendieron su sustento, y se encontraron que en el cambio también perdieron libertad y dignidad.

Volviendo sobre nuestros pasos cambiaremos las ciudades, masificadas, dependientes y desvinculadas del medio natural, por comunidades en convivencia extensiva y simbiótica con su entorno. Concentrarnos en grandes urbes sólo nos aleja de las fuentes de sustento, mientras que una forma de vida extendida en el territorio, asegura que todos podamos tocar la tierra con el mínimo impacto en el entorno, dando y recibiendo del medio ambiente, o lo que es lo mismo, viviendo simbióticamente con este.

El trabajo de la tierra, menospreciado y evitado es, sin embargo, junto con la construcción de un techo con nuestras propias manos, y la fabricación de nuestra propia indumentaria, lo que nos da nuestra libertad y dignidad fundamentales. Ambas actividades nos hacen soberanos de lo que comemos, de lo que habitamos y de lo que vestimos, o lo que es lo mismo, de lo que vivimos. Como ya sabemos, ahora comemos lo que nos dan, lo que podemos comprar con el dinero que tenemos: alimentos adulterados, cultivados a base de química, modificación genética, sobreexplotación y contaminación de agua y tierra. Somos lo que comemos, y por eso a día de hoy, somos lo que quieren que seamos. Pero no sólo el alimento tiene la suficiente importancia como para dejarlo en manos de multinacionales, que confunden el verde de los cultivos con el verde de los billetes, también nuestra vivienda es demasiado importante como para que no dependa de nuestras manos, sino del banco, de la constructora… Antes o después tendremos que comprenderlo, un individuo libre empieza por un individuo digno, aquel cuya comida, techo y vestimenta no dependen más que de sus manos y de quienes le rodean.

Los nuevos zapatos de los que hablo, y que usaremos para este viaje de retorno, son la tecnología que ahora nos acompaña. Tecnología cuyo denominador común debe ser la democratización de la producción, y que en conjunción con la sabiduría popular permite empoderar a los personas, individualmente o colectivamente, para convertirles en dueños de su dignidad y en sus propios productores. El desarrollo tecnológico (de la mano de una profunda tecnologización, término que abordaremos más adelante) nos permite hoy en día obtener energía, construir la vivienda, crear la vestimenta, cultivar los alimentos y desarrollar otra infinidad de actividades, modernas o tradicionales, con mucho menos esfuerzo que nuestros antepasados. Eso sí, para ello es fundamental la vuelta al entorno natural, o en sentido contrario, abrir las puertas del entorno urbano a la naturaleza.

Volviendo al tema que ahora nos ocupa, es importante subrayar que, a pesar de que volvamos sobre los pasos de nuestros abuelos, y de los abuelos de nuestros abuelos, retomando el contacto con la naturaleza y recuperando la sabiduría popular para aprender a interpretarla, no estamos obligados a vivir como ellos vivieron. Llevaremos el conocimiento acumulado y la tecnología adquirida durante todos estos años al campo, con una vida que sea consecuencia de su riqueza y diversidad, un reflejo de la tierra que pisamos, de sus costumbres y tradiciones. Hablo de tener una vida que sea consecuencia del medio que nos rodea, de que nuestra piel sea la nutrida con las especies autóctonas, curtida por su clima, hidratada con sus lluvias, sus aguas, gastada por el trabajo de su tierras… sintiendo así que realmente pertenecemos a un lugar, y que la innata riqueza de su entorno natural nos da vida, de la que esta es su consecuencia.

Sumado a esta recuperación de toda la sabiduría tradicional de la naturaleza, es importante recalcar el hecho de que hoy tenemos más conocimiento y tecnología que nunca antes para cultivar de la manera más eficiente y al mismo tiempo más natural, obteniendo más alimentos por menos agua, menos tierra y menos química. Quizá esto suene bucólico, pero porque aún no somos conscientes de nuestra capacidad para cosechar más por menos, y lo que es más importante, de nuestra capacidad para vivir en simbiosis con nuestro entorno: depurando naturalmente nuestras aguas residuales por medio de la fauna de estanques; obteniendo energía limpia, que actualmente sabemos aprovechar más que nunca y sabemos distribuir de manera inteligente, ahí donde en cada momento se demanda; construyendo con materiales presentes en nuestro entorno nuestras propias viviendas de adobe, de madera, de pilas de paja, de sacos de arena o materiales reciclados, viviendas sostenibles e inteligentes, que saben aprovechar la orientación del sol o la condensación del agua para regular la temperatura en su interior (pero no sólo nuestras casas, también nosotros podemos y debemos acompasar nuestra vida con los ciclos solares…)

Sí, suena utópico para los urbanitas, pero los ejemplos de personas que ya viven así son innumerables y para el que busca no le costará encontrarlos.

En definitiva, hoy mejor que nunca sabemos cómo convivir con nuestro entorno sin ponerlo en peligro y al mismo tiempo sin renunciar a nuestro nivel de vida, eso sí, a un ritmo distinto del frenético, que actualmente mueve nuestra sociedad. Sólo nos queda confiar en nosotros, en que seremos lo suficientemente avispados para hacer realmente nuestros ciencia, tecnología y conocimiento, que alcanzados durante todos estos años, esperan ahora a una sociedad madura que los utilice en su propio beneficio, para recobrar su libertad e independencia. En esta sociedad, libre y autónoma pero al mismo tiempo profundamente colaborativa, la vida de las personas es una consecuencia de su entorno y no el entorno una consecuencia de las personas.

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