21 Abr Afecto y conocimiento
«Tan difícil es el amor del sabio, como efímero el del necio.»
La sociedad de la que hablamos se sostiene sobre dos pilares, afecto y conocimiento: siendo el afecto la empatía, el cariño y el amor entre sus integrantes, y el conocimiento la creación y difusión del estudio profundo del entorno tecnológico, natural y cultural. Ambos son origen y consecuencia uno de otro: el afecto por las personas que nos rodean lleva al conocimiento de su interior, y el conocimiento de nuestro entorno lleva al afecto por el paisaje que habitamos. No se puede entender un individuo que no conozca su entorno y no cree vínculos afectivos con este. Una persona así será siempre esclava y manipulable, exactamente como lo somos ahora.
Los vínculos que genera el afecto son fértiles, creadores, y por ello partir de nuestros seres queridos será una gran ayuda. Nos rodearemos de familia, amigos, pareja… para articular nuestras sociedades, y para más adelante ahondar en esas relaciones y crear otras nuevas. Pero, ¿porqué es tan importante el afecto? Porque nuestras sociedades deben ser profundamente empáticas, profundamente humanas, basadas en el continuo conocer del otro, dispuestas a tratar los problemas individuales como algo colectivo, partiendo de lo mucho que a todos nos une. Porque la sociedad afectuosa es abierta, abierta a todas las manos que la quieran enriquecer, y entiende que hay algo que todos perseguimos, la felicidad. Esta llega cuando te rodean las personas que quieres, cuando quieres a quienes te rodean, personas que conoces y te conocen, personas que te importan, por las que te interesas, personas que te cuidan, personas cuya felicidad es tú felicidad. El afecto es esencial y en nuestra sociedad futura nos supondrá una ayuda inestimable.
¿Pero que ocurrirá con el conocimiento? Dado que no existirán intereses económicos se investigará por amor a la ciencia, al progreso, nunca más por lucro, permitiendo así que el farmacéutico investigue en las medicinas que realmente se necesitan, aunque el enfermo tenga los bolsillos vacíos; el químico desintoxique nuestra comida y nuestra ropa, utilizando los compuestos que siempre se debían hacer utilizado; el ingeniero fabrique como siempre quiso, para la utilidad, para la eternidad… No obstante, para alcanzar esta ciencia de todos y para todos, antes tendremos que recuperar las tecnologías.
La forma en que a día de hoy se crean nos hace obsoletos a la gran mayoría. No las conocemos, no sabemos repararlas, reproducirlas, mejorarlas, y por ello dependemos de quienes las fabrican, de quienes determinan su vida útil, de quienes eligen sus piezas, de quienes, inevitablemente, son dueños de una parte de nuestra rutina cuando no de gran parte de nuestra vida. Por esto la tecnología debería llamarse artesanía de la tecnología, y ser nuestra, salir de nuestras manos, ser replicable por todos, entendida. Si no, seremos siempre dependientes de ella, y por ende de quienes la produzcan.
Hoy, el conocimiento que nos permitiría comprenderlas completamente, hacerlas nuestras, es limitado. Nada nuevo bajo el sol capitalista, que raramente alumbra las posibilidades de una sociedad de conocimiento libre, colaborativa, interdependiente, conectada y construida realmente por todas las manos, todas las mentes. Un sol capitalista que desde hace ya mucho tiempo nos ha cegado para que no veamos que no necesitamos de su obsolescencia programada, de su producción en cadena, de sus falsos avances de inflado marketing y ninguna utilidad.
Podemos hacer tecnología mucho mejor que la alumbrada por el dinero, tecnología que realmente responda a nuestras necesidades, que nos acompañe durante muchos años, que nos cueste esfuerzo y tiempo producir, pero a cambio nos convierta en sus verdaderos dueños, conocedores de sus piezas débiles, de sus posibles mejoras y sus mejores usos. Tenemos que volver a hacer nuestra la innovación, cerrar las brechas de la segregación por el conocimiento, con ayuda de herramientas como internet, haciendo que todos seamos partícipes de las innovaciones, asegurándonos de que sea “el no querer” y no “el no saber”, la única barrera para no participar de la tecnología y su desarrollo.
Pero cuidado, en este camino tendremos que estar siempre atentos, y discernir entre la tecnologías que significan un progreso colectivo y las que lo sacrifican en pro de un beneficio individual para, en su caso, sustituir las segundas por otras para el bien común, que no comprometan nuestro futuro ni el de las generaciones venideras.
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