Creámonos creémonos libres | ¿Cómo la alcanzamos?
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¿Por qué otra sociedad?

Antes de abordar la cuestión acerca de cómo podemos alcanzar la sociedad propuesta, es pertinente que nos preguntemos por qué debemos hacerlo, por qué tenemos que pensar sobre un paradigma totalmente distinto y esforzarnos en tratar de aplicarlo.

Dos son para nosotros las principales razones: por principios y por necesidad.

 

Aunque nuestra sociedad no se encontrara al borde de un colapso energético y de recursos, tendríamos innumerables razones para intentar contruir una alternativa al capitalismo: la desigualdad producto de un mundo ferozmente competitivo; el agotamiento de los recursos; la contaminación del medio ambiente, el lucro basado en la mercantilización de aquello de lo que depende la dignidad de las personas, como el alimento o la vivienda; el desperdicio insultante de energía y recursos a través de la obsolescencia programada; el negocio con la muerte llevado a cabo por la indutria armamentística; la persecución desaforada de un crecimiento suicida, pero que el sistema desesperadamente necesita para perpetuarse… Estas y otras muchas razones, por separado o conjuntamente, serían más que suficientes para emprender el camino hacia una sociedad radicalmente distinta. Y en ello estamos ya muchos, espoleados por una conciencia que nos grita que este mundo no puede soportar más sufrimiento, injusticia, explotación y derroche, que luchar por otra sociedad en la que todo el mundo sea capaz de construir su propia felicidad, merecerá siempre la pena.

 

No obstante, para todos aquellos con la conciencia dormida, aquellos acostumbrados a las profundas y dañinas incoherencias de nuestro tiempo, aquellos que creen que la felicidad es hacer lo que cada uno buenamente pueda con lo que le dejan la necesidad, y no sus ideales, va a ser lo que les obligue a buscar un nuevo paradigma. Quienes se han dedicado a hacer análisis rigurosos sobre la situación de las revservas energéticas, y en concreto del petróleo, saben desde hace varias décadas que el colapso antes o después va a llegar. Y no hablamos de 50 o 100 años. Los márgenes temporales que se manejan son de 5 a 20 años. En este enlace podéis ver un vídeo del siempre recomendable Antonio Turiel, físico y profesor titular de la UAM. En su presentación nos explica en qué punto nos encontramos energéticamente hablando y por qué debemos desterrar cualquier esperanza en que las energías alternativas puedan reemplazar a los combustible fósiles, los cuales suponen más del 80% de la energía total. Salvando la hipótesis de partida del vídeo, ya que el petróleo y el resto de combustible fósiles no van a desaparacer de un día para otro, si no que su producción está declinando y va a declinar de manera constante en los próximos años, este reportaje de National Geogrpahic es muy útil para hacerse una idea de los problemas a los que nos vamos a enfrentar en poco tiempo. Por tanto, ya sea por ser consecuentes con nuestros principios o porque no tengamos más remedio, antes o después vamos a tener que pensar un nuevo paradigma y llevarlo a la realidad.

 

Dicho esto queremos avisarte de que, si se te ha pasado por la cabeza que es una buena alternativa no hacer nada y esperar a que el mundo reaccione cuando no haya más remedio, es mejor que vayas desechándola. Por un lado si no actuamos ahora, que aún tenemos cierta abundancia de recursos y energía, estaríamos perdiendo una oportunidad preciosa para llevar a cabo la necesaria transición hacia un nuevo modelo de sociedad. Es indudable que cuanto más posterguemos el cambio más costoso nos será realizarlo, lo queramos o no, tendremos menos materiales y menos energía a nuestra disposición.

 

Por otro lado no hemos de perder de vista que las élites políticas y económicas, tanto a nivel internacional como a nivel de cada país, tratarán de mantener la posición de poder que han ocupado hasta ahora, haciendo lo posible para que los individuos no recuperen la capacidad para organizarse y depender de ellos mismos. Aunque su capacidad de influencia va a ir menguando a medida que lo hagan los combustibles fósiles, la desesperación de la gente aumentará proporcionalmente, y el miedo a tener que abrazar un nuevo paradigma que desconocen les llevará en muchos casos a obedecer lo que las autoridades les ordenen, aunque ello no vaya a mejorar su situación sino más bien empeorarla.

 

Hasta ahora los poderes económico-políticos (el uno sin el otro no se puede entender) han ejercido su influencia en la sociedad a través del dinero, dinero que unos ganaban a través del consumo y otros a través de los impuestos a los ciudadanos. Sin embargo a medida que la capacidad adquisitiva de la ciudadanía disminuya, así lo harán los ingresos de gobiernos y empresas. En un proceso de precarización inexorable, marcado por una escasez energética cada vez mayor, el paro aumentará, los trabajos que queden se repartirán entre menos personas, que trabajarán más horas y por menos dinero. Los precios de los productos no podrán adecuarse a una baja demanda, ya que el precio tanto de los combustibles fósiles como de los materiales empleados en su producción irá en aumento. Simultáneamente en un contexto de consumo decreciente, las arcas públicas, endeudadas desde la crisis de 2008, ingresarán cada vez menos por vía de los impuestos, viéndose obligadas a adelgazar en una espiral continua de recortes los presupuestos dedicados a servicios públicos: educación, sanidad, transporte…

 

Unos mandatarios inteligentes aprovecharían los últimos estertores de este modelo para ayudar a que la necesitada transición se hiciera lo más rápido y mejor posible… pero os adelantamos ya que no es lo que podemos esperar de nuestro gobernantes. Superados por la situación y, por qué no decirlo, con el miedo de saber que van a perder unos privilegios ostentados durante tanto tiempo, aplicarán medidas desesperadas con tal de mantenerse en el poder, y para ello es de esperar que utilicen la violencia en cualquiera de sus formas. Dicho de otra manera, en «Creámonos Creémonos Libres» pensamos que el derrumbe paulatino del sistema capitalista va a propiciar el surgimiento de gobiernos cada vez más autoritarios, en los que la discriminación por razón de sexo, raza o religión será la última y desesperada medida para repartir entre un grupo cada vez menor de personas unos recursos materiales y energéticos menguantes. Cuando dependamos de un banco de alimentos para comer o cuando los puestos de trabajo sean una rara y exótica especie en vías de extinción, todo lo que pensamos sobre la solidaridad se nos olvidará, y no miraremos más que por nuestra propia supervivencia, aunque ello conlleve la pobreza y la exclusión de los marginados por el sistema. La historia nos lo ha demostrado (y nos lo está demostrando) una y otra vez: en todos los períodos de crisis económica han resurgido movimientos nacionalistas que defienden limitar recursos y privilegios a un determinado grupo social. El capitalismo no desaparecerá de la noche a la mañana, si no que se irá replegando sobre sí mismo, empujando a la precariedad y la miseria a un número cada vez mayor de individuos. Cuando llegue ese momento (un momento que siendo realistas ya ha llegado), la lógica económica ya no servirá para atar a estos ciudadanos marginados a este modelo caduco, y la violencia será una herramienta utilizada cada vez con mayor frecuencia por los gobernantes. El cambio será doloroso, sobre todo para los que no quieran verlo hasta tenerlo delante de sus narices, pero no tengáis ninguna duda de que es inevitable, y será sólo cuestión de tiempo que lo podamos comprobar.

 

Convencidos de que necesitamos cambiar el modelo de sociedad actual la siguiente pregunta que cabe abordar es obviamente cuál debe ser. Como imaginamos que ya sabes esta web trata de responder esta cuestión. Te animamos, si no lo has hecho ya, a que la curiosees y leas su contenido y nos transmitas cualquier comentario que se te pase por la cabeza, estamos deseando generar un espacio de debate en torno a todos estos conceptos. Hay algo sin embargo de lo que no hemos hablado, o al menos no directamente, en el resto de secciones de esta web y queremos hacerlo ahora. Para conformar el nuevo paradigma creemos que es fundamental reflexionar sobre lo que las personas necesitamos para tener una vida plena o, dicho de otra manera, para ser felices. Los bienes y servicios de los que disponemos en la actualidad nos permiten hacer más con menos: con la conexión a internet de nuestros ordenadores podemos disfrutar de más ocio y cultura, con nuestros móviles podemos comunicarnos con más personas; con el sistema de transportes existente podemos viajar más lejos en menos tiempo; con la globalización podemos tener más bienes de cualquier parte del mundo… Más, más, más… No hay sector en el que la tecnología no haya facilitado la vida a las personas. Sin embargo, que nuestra vida sea fácil o cómoda, no es sinónimo de que seamos felices. La felicidad no se puede producir y tampoco depende de la tecnología, ¿o acaso podemos decir que nuestros abuelos fueron menos felices que nosotros porque no tuvieron teléfonos inteligentes? No, lo único que podemos saber es que su vida fue diferente, más compleja y al mismo tiempo más sencilla.

 

Cuando hablamos de cambiar de paradigma, hablamos de construir una sociedad en torno a aquello que realmente hace a un individuo feliz, y aunque a alguno le choque, la tecnología no nos hace felices per se. Esta es solamente una herramienta con un potencial enorme para ejercer un gran impacto en la vida de las personas, que sea negativo o positivo depende de cómo estas la utilicen. Por ello, antes de reflexionar sobre las tecnologías con las que podremos contar en la nueva sociedad, deberíamos tener muy claro de qué depende la felicidad de una persona. Nosotros estamos convencidos de que la felicidad de una persona depende de su relación consigo mismo y con los demás individuos de su entorno. Al fin y al cabo, todo aquello que hacemos, con intermediación de la tecnología o sin ella, se da en el contexto de una interacción con nosotros mismos y/o con los demás. Conocernos, retarnos, consolarnos, animarnos, saber qué sentimos y por qué lo sentimos, conversar con nosotros mismos… en definitiva saber ser nuestro mejor compañero, es una de las tareas imprescindibles para realmente ser felices. La siguiente es ser capaz de construir una convivencia enriquecedora con los demás, compartiendo experiencias, empatizando sentimientos, intercambiando conocimientos, en definitiva creciendo juntos. Todo lo demás que se sume a nuestras relaciones humanas, tanto con uno mismo como con el resto, se convertirá en un elemento más que podrá influir en nuestras vidas, pero no determinará nuestra felicidad. ¿Entendéis ahora por qué creemos fundamental, entre otros factores, que nuestro hogar en la nueva sociedad se construya en el seno de pequeñas comunidades? Sólo así podremos desarrollar la convivencia, profunda y mutuamente enriquecedora, que nos hace verdaderamente felices. Lo creas o no, lo único que las personas necesitamos es a otras personas.

 

A continuación compartimos con vosotros otro pequeño texto, en el que hablamos más concretamente de qué manera podemos llevar a cabo la transición hacia el nuevo modelo de sociedad.

 

Volvamos sobre nuestros pasos, pero con distintos zapatos

 

«Conoce la costumbre y la tradición,

pero no permitas nunca que decidan por ti.

 

En torno al nuevo proceso productivo que tendremos la oportunidad de desarrollar en la sociedad sin dinero, la sociedad del afecto y el conocimiento, es importante entender las consecuencias derivadas del hecho de que la rentabilidad económica deja de ser un factor que determina las actividades humanas. Todos aquellos materiales o técnicas en los procesos productivos que normalmente se han desechado porque no son económicamente rentables, podrán volverse a poner en práctica. De esta manera, por ejemplo, se abrirán nuevas y diversas posibilidades en el sector de las energías renovables, cuyos materiales podrán responder a su vida útil, a su capacidad para ser reutilizados, su facilidad para ser manipulados o el bajo impacto medioambiental en la extracción de las materias primas necesarias para su fabricación. Por otro lado ya no será necesaria la creación de grandes centrales de producción de energía renovable, si no que cada individuo, vivienda o fábrica podrá ocuparse de proporcionarse la energía que necesite, volcando la sobrante en la red algo, que ahora mismo, no supone ningún beneficio económico para los grandes poderes y por tanto no interesa fomentar. En este viaje de retorno, el destino debe ser una sociedad que comprenda al ser humano en su totalidad, y sea un reflejo de su riquísima complejidad. Una sociedad totalmente contraria a la actual, en la que la persona es considerada como un elemento productivo, por encima del resto de sus facetas creativas, emocionales, vocacionales…

 

Tenemos la tecnología, el conocimiento, y cada vez menos dinero, es el momento de demostrar que unas manos generosas pueden hacer aflorar la abundancia de este planeta, sin ninguna necesidad de su demanda y su oferta.

 

Para alcanzar la sociedad del afecto y el conocimiento – la sociedad sin dinero, hemos de desandar el camino que nos ha traído hasta aquí, recuperar la libertad y dignidad que vendimos a cambio de dinero. Ha llegado el momento de contemplar la Historia también como un viaje de vuelta, en donde el ser humano es un viajero que vuelve a recoger en su equipaje lo que a lo largo del camino dejó, pensando que había quedado obsoleto. El viajero que al mismo tiempo abandona aquello que en su día le convencieron de que era beneficioso, pero ha terminado demostrando ser todo lo contrario. El viajero que trae consigo todo lo nuevo aprendido durante el viaje y lo utiliza en su propio beneficio y el de los demás. En otras palabras: para acercarnos a la sociedad propuesta tenemos que realizar como colectivo un ejercicio crítico, en el que decidamos qué herramientas, materiales, formas de organización y de producción queremos conservar, cuáles recuperar y cuáles desechar.

 

Volviendo sobre nuestras pisadas, lo primero será retomar lo que nuestros abuelos, y abuelos de nuestros abuelos, tuvieron que abandonar: sus fuentes de sustento. Lo hicieron por un lado obligados, ante el ansia de los latifundistas por la explotación monopolizada del campo, y por otro lado animados por la idea de que en la ciudad se viviría mejor. En algunos casos pudieron acertar, pero indudablemente en el camino perdieron demasiado: pasaron a depender del patrón para trabajar, para llevar a la mesa la comida que antes salía de sus manos, pasaron a depender del precio de unos alimentos que en ocasiones no podían pagar, y de los que ahora desconocían toda la distancia y química que traían consigo. Buscando el dinero prometido vendieron su sustento, y se encontraron que en el cambio también perdieron libertad y dignidad.

 

Volviendo sobre nuestros pasos cambiaremos las ciudades, masificadas, dependientes y desvinculadas del medio natural, por comunidades en convivencia simbiótica con su entorno. Concentrarnos en grandes urbes sólo nos aleja de las fuentes de sustento, mientras que una forma de vida extendida en el territorio, asegura que todos podamos tocar la tierra con el mínimo impacto en el entorno, dando y recibiendo del medio ambiente, o lo que es lo mismo, viviendo simbióticamente con este. Esto no significa que todos debamos abandonar las ciudades, siempre y cuando nos esforcemos en traer de vuelta a las ciudades el entorno natural presente en el mundo rural. Tanto del campo a las ciudades, como de las ciudades al campo podremos llevar todo aquello que suponga un bienestar tanto para nosotros como para el medio ambiente.

 

Una vez hayamos conseguido tener en nuestro entorno los recursos necesarios para vivir dignamente (agua, tierra, semillas, madera…) podremos empezar a desarrollar la capacidad para ser autosuficientes. Esto, evidentemente, no lo haremos sólos, sino en convivencia con el resto de integrantes de nuestra pequeña comunidad, con los que habremos decidido compartir nuestra vida. Asimismo nuestra comunidad se relacionará en profunda interdependencia con el resto de comunidades adyacentes, que aspire a la autosuficiencia no significa que se aisle del resto. O dicho de otra manera, la autosuficiencia es fundamental en los ámbitos que proporcionan una vida digna al individuo, ya que depender de otros para obtener el alimento nos hace vulnerables y coarta nuestra libertad. No obstante para el resto de actividades productivas no estará aislada en ningún momento, y El trabajo de la tierra, menospreciado y evitado es, sin embargo, junto con la construcción de un techo con nuestras propias manos, y la fabricación de nuestra propia indumentaria, lo que nos da nuestra libertad y dignidad fundamentales. Ambas actividades nos hacen soberanos de lo que comemos, de lo que habitamos y de lo que vestimos, o lo que es lo mismo, de lo que vivimos. Como ya sabemos, ahora comemos lo que nos dan, lo que podemos comprar con el dinero que tenemos: alimentos adulterados, cultivados a base de química, modificación genética, sobreexplotación y contaminación de agua y tierra. Somos lo que comemos, y por eso a día de hoy, somos lo que quieren que seamos. Pero no sólo el alimento tiene la suficiente importancia como para dejarlo en manos de multinacionales, que confunden el verde de los cultivos con el verde de los billetes, también nuestra vivienda es demasiado importante como para que no dependa de nuestras manos, sino del banco, de la constructora… Antes o después tendremos que comprenderlo, un individuo libre empieza por un individuo digno, aquel cuya comida, techo y vestimenta no dependen más que de sus manos y de quienes le rodean.

 

Los nuevos zapatos de los que hablo, y que usaremos para este viaje de retorno, son la tecnología que ahora nos acompaña. Tecnología cuyo denominador común debe ser la democratización de la producción, y que en conjunción con la sabiduría popular permite empoderar a los personas, individualmente o colectivamente, para convertirles en dueños de su dignidad y en sus propios productores. El desarrollo tecnológico (de la mano de una profunda tecnologización, término que abordaremos más adelante) nos permite hoy en día obtener energía, construir la vivienda, crear la vestimenta, cultivar los alimentos y desarrollar otra infinidad de actividades, modernas o tradicionales, con mucho menos esfuerzo que nuestros antepasados. Eso sí, para ello es fundamental la vuelta al entorno natural, o en sentido contrario, abrir las puertas del entorno urbano a la naturaleza.

 

Volviendo al tema que ahora nos ocupa, es importante subrayar que, a pesar de que volvamos sobre los pasos de nuestros abuelos, y de los abuelos de nuestros abuelos, retomando el contacto con la naturaleza y recuperando la sabiduría popular para aprender a interpretarla, no estamos obligados a vivir como ellos vivieron. Llevaremos el conocimiento acumulado y la tecnología adquirida durante todos estos años al campo, con una vida que sea consecuencia de su riqueza y diversidad, un reflejo de la tierra que pisamos, de sus costumbres y tradiciones. Hablo de tener una vida que sea consecuencia del medio que nos rodea, de que nuestra piel sea la nutrida con las especies autóctonas, curtida por su clima, hidratada con sus lluvias, sus aguas, gastada por el trabajo de su tierras… sintiendo así que realmente pertenecemos a un lugar, y que la innata riqueza de su entorno natural nos da vida, de la que esta es su consecuencia.

 

Sumado a esta recuperación de toda la sabiduría tradicional de la naturaleza, es importante recalcar el hecho de que hoy tenemos más conocimiento y tecnología que nunca antes para cultivar de la manera más eficiente y al mismo tiempo más natural, obteniendo más alimentos por menos agua, menos tierra y menos química. Quizá esto suene bucólico, pero porque aún no somos conscientes de nuestra capacidad para cosechar más por menos, y lo que es más importante, de nuestra capacidad para vivir en simbiosis con nuestro entorno: depurando naturalmente nuestras aguas residuales por medio de la fauna de estanques; obteniendo energía limpia, que actualmente sabemos aprovechar más que nunca y sabemos distribuir de manera inteligente, ahí donde en cada momento se demanda; construyendo con materiales presentes en nuestro entorno nuestras propias viviendas de adobe, de madera, de pilas de paja, de sacos de arena o materiales reciclados, viviendas sostenibles e inteligentes, que saben aprovechar la orientación del sol o la condensación del agua para regular la temperatura en su interior (pero no sólo nuestras casas, también nosotros podemos y debemos acompasar nuestra vida con los ciclos solares…).

 

Sí, suena utópico para los urbanitas, pero los ejemplos de personas que ya viven así son innumerables y para el que busca no le costará encontrarlos.

 

En definitiva, hoy mejor que nunca sabemos cómo convivir con nuestro entorno sin ponerlo en peligro y al mismo tiempo sin renunciar a nuestro nivel de vida, eso sí, a un ritmo distinto del frenético, que actualmente mueve nuestra sociedad. Sólo nos queda confiar en nosotros, en que seremos lo suficientemente avispados para hacer realmente nuestros ciencia, tecnología y conocimiento, que alcanzados durante todos estos años, esperan ahora a una sociedad madura que los utilice en su propio beneficio, para recobrar su libertad e independencia. En esta sociedad, libre y autónoma pero al mismo tiempo profundamente colaborativa, la vida de las personas es una consecuencia de su entorno y no el entorno una consecuencia de las personas.

 

«La globalización habrá sido, para los países del Tercer Mundo, un fenómeno que abandonó su sociedad tan abruptamente como irrumpió en ellas. Después de años de neo-colonialismo, justificado por nuestra conciencia como la única manera de que alcanzaran un desarrollo que no habían pedido y sobre el que no tenían ningún control, las grandes multinacionales se irán marchando, lastradas por una extracción cada vez menor de combustibles fósiles. En su retirada dejarán un reguero de contaminación y explotación, pero también razones para la esperanza. Los habitantes de estos lugares podrán volver a ser dueños de sus vidas, demostrando al resto del mundo que sólo culturas como las suyas, íntimamente adaptadas a su entorno,  pueden sobrevivir al paso del tiempo.

 

Desde el dinero y hacia el fin del mismo

 

La germinación y crecimiento de la sociedad sin dinero será inversamente proporcional al proceso de desaparición de la sociedad del dinero. Este cambio será gradual: desde el dinero y hacia el fin del mismo, desde el estado y hacia el fin del mismo, desde la empresa y hacia el fin de la misma.

 

Lo que queremos decir con esto, es que debemos ser conscientes de la situación de la que partimos, no sólo para saber hacia donde nos queremos dirigir, sino también para sacar de ella el máximo provecho. Partir del dinero y hacia el fin del mismo, significa utilizarlo, en este viaje hacia una sociedad alternativa, inteligentemente, de manera que gradualmente ganemos mayor autonomía del mismo. No tendría sentido y acabaría suponiendo encontrarnos más obstáculos en el camino, dejar de utilizar el dinero de la noche a la mañana. No obstante, el uso que hagamos de este durante el proceso, nos debe en todo momento acercar a nuestro objetivo , y no alejarnos del mismo.

 

Del mismo modo, la desvinculación y el posterior e inevitable desmantelamiento de los poderes de la sociedad del dinero (estados y empresas), será transitoria, encontrándonos posiblemente durante un tiempo con un pie distinto en cada mundo. O lo que es lo mismo, durante la etapa de transición de una sociedad a otra, seguiremos trabajando en las empresas y contribuyendo al mantenimiento del estado, pero al mismo tiempo iremos reduciendo paulatinamente nuestro consumo, recuperando nuestra capacidad creadora; trasladando el conocimiento que poseemos, instrumentalizado por las empresas y los estados, a nuestros propios medios de creación; recuperando nuestra capacidad de decisión, organizándonos en pequeñas comunidades articuladas en torno a una democracia horizontal… Yendo a lo concreto, el médico seguirá trabajando para el sistema nacional de salud de su país, pero simultáneamente se preocupará de construir, junto a otros profesionales de su ámbito, otros medios de creación de salud propios, donde la lógica del dinero no imponga sus limitaciones. Asimismo cada individuo seguirá comprando en el supermercado, pero significativamente menos que la vez anterior, ya que su dignidad fundamental (comida, ropa, vivienda) dependerá cada vez en mayor medida de sus manos y las de sus vecinos.

 

Es fácil darse cuenta de que la desobediencia en estos escenarios, será inevitable protagonista en un mundo basado en la obediencia a la autoridad.

 

La vida de Liberta

 

«Entonces los borregos dejaron de alimentar a lobos para que les protegieran de lobos, y se alimentaron ellos mismos. Matando así a los lobos de hambre, matando así al hambre con dignidad.

 

Hace ya dos años que Liberta decidió ser libre. Su comunidad, o pequeña nación, como a sus integrantes les gusta llamarse no sin cierta dosis de humor, está formada por no más de 100 personas. Niños, jóvenes, no tan jóvenes y ancianos, madres, hijos, hermanos, nietos, parejas, amigos, amigos de amigos y amigos cuya amistad surgió con la comunidad… todos ellos tienen en común una cosa, el afecto. Liberta no puede decir que conozca a todos por igual, ni que les quiera lo mismo, pero si sabe que a todos les tiene cariño, estima. En parte porque así lo comprendieron desde el principio: si querían ser libres, sólo podían hacerlo con aquellos en los que depositaran su afecto, su confianza. Pero también, y en gran medida, porque tras decidir tomar juntos las riendas de sus vidas, no tuvieron otra alternativa que conocerse profundamente, para que cada decisión estuviera guiada por la empatía. Liberta ha compartido con ellos toda suerte de fracasos y victorias, ha vivido y resuelto conflictos, discutido hasta la madrugada normas de convivencia, construido la mayor parte de lo que les rodea, lo que se ve y lo que no se ve. Por ello el vínculo que les une es profundo, casi desconocido desde nuestra óptica capitalista.

 

La sociedad de Liberta es profundamente interdependiente: sus comunidades son un reflejo fiel de sus integrantes, quienes dependen directamente de las personas y comunidades vecinas. Son muy conscientes de que trabajar por el bienestar de su pequeña nación es trabajar por el suyo propio, de que ellos son lo único que tienen, pero no quieren ni necesitan otra cosa. Es más, desde que comenzaron su vida en su comunidad, han tratado de animar a otros para que formen sus pequeñas naciones, ya que cuantas mas comunidades rodeen a la suya, mayor riqueza e intercambio habrá.

 

Liberta recuerda el día que decidieron construir su pequeña fábrica de papel. Esta surgió en torno a una necesidad común, teniendo en mente que la vida del papel que produjeran debía ser un círculo semicerrado (reciclarse hasta que el papel lo permitiese, para finalmente integrarlo en el entorno) y sostenible (cada árbol talado tenía que dar paso a otros dos plantados). Recuerda, también, que el trabajo se demostró demasiado para una sola comunidad, de lo que aprendieron una lección importante: cuanto más grande fuera el proyecto, más manos eran necesarias y por tanto, más comunidades debían participar en él. La consecuencia inmediata de esto fue que las iniciativas que cubrían una amplia necesidad común, como una escuela, un polideportivo o un hospital, fructificaban por encima de otras que partían de un interés personal. Por ello Liberta, y las demás personas con las que convive, saben que ahondar en la interdependencia con las comunidades que les rodean es fundamental.

 

Aunque pueda parecerlo, no hay que pensar que la pequeña nación que habita Liberta tuvo que construirlo todo desde cero. No. Mientras que el hecho de que el hospital más cercano estuviera demasiado alejado, les animó a construir un centro sanitario entre varias comunidades, la universidad que ya existía cerca de ellos les quitó de la cabeza la necesidad de construir una. «Lo que hay se aprovecha, lo que se necesita se crea», podemos decir que esta es una de las máximas que guían su día a día. Dentro de esta filosofía cobran inevitablemente protagonismo los mal llamados “residuos”, de la sociedad anterior. En el mundo de Liberta los deshechos son preciados, una fuente de materias primas y objetos con múltiples vidas. Las comunidades saben cómo obtener de los residuos muchas cosas, pero tienen sobre todo presente que no obligarán a las generaciones posteriores a buscar entre la basura para recuperar tantos y tantos recursos. Por ello se emplea un gran esfuerzo en conseguir una vida larga y circular de sus objetos, o lo que es lo mismo, tratan de que aquello que fabriquen esté hecho para durar lo máximo posible, y cuando su vida llegue a su fin, se pueda integrar en el medioambiente o reconvertir en un nuevo objeto, completando un ciclo circular (cerrado, como el del vidrio, que puede reutilizarse casi infinitamente, semicerrado, como el del papel, que puede reciclarse un número limitado de veces y reintegrarse en el entorno, o sosteniblemente abierto, como el del adobe, directamente absorbible por el entorno). De esta manera no sólo cuidan su entorno, sino que además el ritmo de fabricación, al dilatar la vida de los objetos, puede ser mucho menor, empleando más esfuerzo, tiempo y recursos en otros aspectos de su vida.

 

Sin lugar a dudas uno de los días más felices de Liberta fue cuando supo que los científicos de los laboratorios y los obreros de las fábricas habían comenzado a entender que la sociedad dependía de sus manos y sus mentes. En un ejercicio de empoderamiento y libertad, comenzaron a producir y a investigar para ellos mismos y su entorno, y en los casos en que no pudieron hacerse dueños de los medios de creación crearon otros, llevándose su conocimiento con ellos, y haciendo infructuoso el intento de empresas y gobiernos por monopolizar y controlar la producción. A partir de ese momento se empezó a crear para las personas, y no para las empresas.

 

Una de las mayores preocupaciones de Liberta al comenzar esta vida, estuvo relacionada con el trabajo. En su sociedad se entienden dos tipos de trabajo: trabajo por bienestar y trabajo por vocación (aunque realmente la palabra «trabajo» es un arcaísmo llamado a sustituirse, poco tiene que ver con sus significado capitalista). El primero tiene dos vertientes, una ligada a sus necesidades más básicas y que les da su dignidad: ropa, alimento y vivienda, y otra ligada a cualquier proyecto en común, dentro de la comunidad y entre comunidades, que contribuyen a su bienestar y crecimiento personal. La base fundamental de su convivencia es este trabajo. Les permite vivir libre y dignamente, pero nunca aisladamente, sino ahondando en relaciones de enriquecimiento recíproco, dependencia, y colaboración no altruista.

 

Los trabajos por vocación podríamos decir que son todos los restantes, cualquier labor, arte, especialidad, manualidad, afición, que se hacen con pasión, voluntariamente, por gusto y pura vocación. El tipo de actividades que te hacen crecer, sentirte realizado, completo, a gusto contigo mismo. Ni en el trabajo por bienestar ni en el trabajo por vocación, cabe la palabra obligación, son decisiones que cada individuo toma libremente. Nadie se ve obligado, por nada ni por nadie, a trabajar en algo que no responda a sus necesidades e inquietudes intelectuales, emocionales o humanas. Y esto era precisamente lo que al inicio de esta aventura preocupó a Liberta. Sin obligaciones, ¿quién querría trabajar? Y si de algo era muy consciente, es que se iba a tener que trabajar, y mucho.

 

No obstante no pasó demasiado tiempo hasta que pudo comprobar que sus miedos eran infundados: cuando las personas dependen de sus manos, porque no hay Estado ni dinero al que acudir, asumen las riendas de su vida con compromiso, esfuerzo y valentía. Claro, tienen la posibilidad de asumir la responsabilidad de su propia libertad, de ser dadores de su propia dignidad, y no piensan ni por un momento en perderla.

 

Liberta recuerda cuales fueron los primeros pasos, dados mucho antes de que comenzara a construir, junto a otros, su propia comunidad. Fueron gestos pequeños, gestos que sin embargo ella recuerda como grandes victorias: la primera vez que trabajó en una granja a cambio de manutención, sin que el dinero intercediera; cuando se sumó a un grupo de consumo, que compraba los alimentos de huertos cercanos; cuando vio construir una casa con pilas de paja y aprendió que también se podía hacer con adobe y sacos de arena; el día que cerró todas sus deudas con el banco y se prometió a sí misma no volver a asumir ninguna más; cuando conoció a gente con sus mismas inquietudes y crearon un grupo de trabajo y discusión, con el objetivo de buscar alternativas; el día que participó en un taller de costura, donde se arregló una blusa que hasta hoy le ha acompañado; cuando con la ayuda de un amigo consiguió reparar su móvil; aquella vez que recogió los primeros tomates de su balcón y cuando no recogió nada pero sí aprendió; el día que se lo creyó, que sí, que realmente era posible; cuando conoció la tierra donde más tarde enraizó y creció, digna y libre junto a otros; cuando se cosió su primera camisa, mucho más bonita que ninguna de las que se había comprado hasta entonces; cuando junto a otros decidió, por fin, intentarlo: trabajando para ella y los demás, reduciendo su consumo al mínimo posible, resistiéndose a pagar los impuestos de un Estado injusto e innecesario.

 

De este momento recuerda el miedo, la incertidumbre, pero también la ilusión, la confianza en su capacidad, las ganas de trabajar y la certeza de qué era lo que no se quería.

 

Erraron, erraron mucho, pero con cada error se acercaron un poco más a la solución, no a la definitiva, ni a la extrapolable a otros, sino la que en cada momento les sirvió para seguir avanzando. Esto es algo que siempre le gustó a Liberta de la nueva sociedad que se estaba creando, la libertad de cada comunidad para repartir esfuerzos, concentrar energías, elegir uno u otro camino, dependiendo de su entorno, de las habilidades de los integrantes, de sus situaciones personales. Así, por ejemplo, Liberta sabe que aunque en su comunidad trabajan la tierra, en otras con escasez de recursos han optado por la aeroponía y la hidroponía. Y lo mismo ocurre con la energía, en su comunidad el viento es abundante, pero sabe que más al sur han optado por los paneles solares antes que por los molinos. Cree que esta heterogeneidad es una de las principales virtudes de la nueva sociedad, una diversidad que el dinero no contemplaba, homogeneizando los recursos para que cumplieran un único objetivo: la rentabilidad, el beneficio.

 

La comunidad de Liberta partió del capitalismo para dirigirse hacia el fin del mismo. Vendiendo lo que sobraba de la cosecha, o aprovechando las nuevas habilidades que habían tenido que aprender, fabricando o reparando objetos, con el objetivo de emplear el dinero acumulado en aspectos que les otorgaran cada vez mayor y mayor independencia frente al mismo. Además, ya que todas sus necesidades estaban cubiertas, podían vender a un precio justo y sin lucro.

 

A su pequeña nación también llegaron aquellos en los suburbios de la sociedad del dinero: parados, indigentes, estudiantes sin trabajo desde hace años, pensionistas que malvivían con su paga, inmigrantes ilegales… Personas que en la sociedad del dinero no tenían alternativa a su pobreza, pero que sin embargo en las comunidades sí, tenían todas las alternativas que surgieran de sus manos. Liberta y los demás les recibieron sin dudarlo un momento por muchas razones. Porque significaba que no estaban equivocados, la idea de recuperar la soberanía de sus vidas se estaba extendiendo, que podían contar con más manos, más experiencia, lo que enriquecerían sin duda su comunidad, la harían crecer, y porque ver como estas gentes, marginadas, apartadas, inútiles para la lógica del dinero, se volvían capaces, fértiles, enriquecedoras y enriquecidas, era fabuloso.

 

Cuando comprobaron que asumir más integrantes volvería su comunidad demasiado grande para que las decisiones se tomasen conjuntamente, para que todos se conocieran a todos, para que la convivencia fuera no sólo posible sino deseable, animaron a los que seguían llegando a que construyeran sus propias comunidades, pero no alejadas de la suya, sino cerca, para poder enriquecerles y enriquecerse de su propia experiencia, distinta a la suya. De esta manera ayudaron a muchas personas a empezar a construir sus propias comunidades, creando una extensa y rica red de comunidades a su alrededor.

 

Liberta hace memoria y tiene la sensación de que todo esto siempre ha existido, la sociedad del dinero queda ya muy alejada, aunque no olvidada. Sin embargo hay algo a lo que Liberta, aún hoy, no se ha acostumbrado, ni cree que lo hará nunca: la inmensa sensación de libertad. Una libertad muy distinta a la que estamos acostumbrados. Una libertad alejada enormemente del libre albedrío y con una gran, gran responsabilidad. Una libertad hermosa pero cuyo peso te deja muchas veces exhausto. Porque en la comunidad de Liberta todo, absolutamente todo, depende de decisiones que se toman entre todos diariamente. A veces, cuando piensa en lo que se empeñaban en llamar antes democracia, “el poder del pueblo”, no puede evitar reírse, ahora le parece un teatrillo ridículo que no se explica cómo pudieron aguantar tanto tiempo. La democracia horizontal que ellos practican en sus comunidades sí representa realmente el poder del pueblo y este el único poder que existe: las decisiones que sólo ellos toman y que nadie toma en su representación, afectan directamente al destino de sus vidas, como siempre debió de ser.

 

Algo que tampoco olvida es el primer escrito que hicieron entre todos, animando a otros a intentarlo como ellos, junto a ellos:

 

Sólo nos queda aspirar a la libertad

 

Para poder aspirar a ella, a la libertad, antes tenemos que perder muchos miedos: miedo a depender de nosotros mismos, miedo a depender de los demás, miedo a vivir sin dinero, miedo a que nosotros seamos los únicos garantes de nuestros derechos.

 

Superados estos miedos, tendremos que deshacernos de aquello que nos obliga a perpetuar y justificar el sistema macabro: la deuda, el consumo y el trabajo.

 

Para terminar con la primera, es necesario deshacerse de cualquier deuda con el banco, templo a la usura, y por supuesto no asumir ninguna más. Para acabar con el consumo tendremos que convertirnos paulatinamente en nuestros propios productores. Todo este proceso, a su vez, tiene que estar inevitablemente teñido de insumisión fiscal y desobediencia civil. ¿Porqué? Porque sabemos sobradamente de parte de quién están los Estados, cómo nuestros impuestos engordan los bolsillos de la casta político-parasitaria. Para acabar con esta plutocracia de lo corrupto, lo más efectivo es negarse a pagar cualquier clase de impuesto, tanto por el impuesto en sí, como por lo que estos financian. Esto, casi con toda probabilidad, y tenemos la certeza de que para nuestro bien, llevará inevitablemente al fin del Estado. Así, muerto el perro se acabará la rabia. Sí, pensamos que esta es tanta que no queda otra que matar al perro de hambre, y es dinero de lo que se alimenta.

 

Como consecuencia de un progresivo menor consumo y menor endeudamiento, empezarán a ver peligrar sus beneficios, a lo que responderán con lo que tanto les priva: precarizando aún más el trabajo, recortando salarios y derechos, estirando horarios y haciendo laborable incluso el día del Señor. Como ya tantas veces nos han demostrado, dejarán gente en la calle antes que bajarse el sueldo. Bien, pues es en ellos, en los parados, en quienes el dinero se empeña en marginar, en los que nosotros ponemos nuestras esperanzas.

 

Primero porque son muchos, y conocen la injusticia del sistema. Saben que en él no hay espacio para el que no encuentra trabajo, saben que se les trata como parados, estorbos, gastos, antes que como personas. Segundo porque sus manos están ociosas, deseosas por demostrar que siguen siendo útiles, que pueden aportar. Y por último porque tienen poco que perder y mucho que ganar (mientras que el que aún trabaja se agarra a la ilusión de que las cosas mejoren y decir no a un sueldo le parecerá estúpido). Por perder tienen la limosna del Estado o, con suerte, si algún magnánimo empresario les ofrece trabajo, un sueldo para vivir 2 de las 4 semanas del mes (aunque con las jornadas que sus negreros les impongan tampoco tendrán horas para gastarlo). Por ganar sin embargo tienen nada más y nada menos que aspirar a la libertad. Una libertad ahora encadenada al consumo, la deuda y el trabajo.

 

Superados los miedos y creyéndonos capaces de por lo menos intentarlo, tendremos que centrarnos en recobrar nuestra dignidad y la de los que nos rodean. La dignidad más fundamental depende de tres necesidades: ropa, techo y alimento, y sería en torno a estos tres conceptos que deberemos articular nuestras sociedades en primera instancia, de manera que todos comencemos este camino con la humanidad más básica. Por ello nos organizaremos en comunidades, de individuos que comparten la cercanía entre ellos, consecuentes con sus recursos más inmediatos, que buscan el auto abastecimiento y promueven la interdependencia.

 

Si queremos recobrar nuestra libertad tendremos que ser partícipes, creadores, productores de lo que comemos, lo que vestimos, lo que habitamos. La comida, la ropa y el techo, alimentan, visten y cobijan nuestra dignidad son, por tanto, el inevitable primer paso en el camino a la libertad. Y de esta dignidad de la que hablamos sólo nosotros seremos dueños.

 

Robados, engañados, de miedo hasta el cuello y de mierda hasta las cejas. Oprimidos, vulnerados, más pobres que nuestros padres y más cultos que nuestros hijos. Manipulados, vigilados, obligados a colocar sobre- a vivir, con lo sencillo que esto podría haber sido…No nos dejan otra alternativa que aferrarnos a la libertad. Aún cuando sepamos que nos harán caer con violencia, volaremos agitando nuestras manos, que volverán a ser generosas. Sin miedo! Pisamos tierra fértil. La pobreza es una creación humana en un planeta abundante. En este que os proponemos no hay posibilidad para la especulación: una barra de pan no crea más barras al cabo del tiempo, al igual que una bombilla no cría bombillas tras unos meses. ¿Entendéis? Sin su dinero no habrá cabida para la acumulación y el egoísmo.

 

Esperamos que poco a poco nos demos cuenta de que no se necesita ninguna gran revolución, y ni mucho menos alzarnos en armas, para aspirar a nuestra libertad es tan simple como volver a producir nuestros propios bienes, recuperar la soberanía sobre nuestras fuentes de sustento.

 

Cosamos nuestras ropas, hagamos nuestras sillas. Sin prisa!, también crearemos nuestro propio ocio. Cuando tengamos ya el cajón de los calcetines lleno, compartamos los que nos sobren, o no, reparemos nuestra bicicleta. Sí!, desterremos la obsolescencia programada, la que nos consume en una vorágine de necesidades infinitas, consume los recursos de nuestra Tierra en un vórtice de estupidez humana.

 

Quizás penséis que para poder mantenernos con lo que nosotros mismos fabricáramos, tendríamos que pasarnos la vida trabajando. Pero no, os equivocáis. Pensad: ¿cuánto dura una silla, o una camiseta?, ¿cuánto duran los enseres de cocina, los cubiertos, los platos, los vasos? En vuestra habitación, ¿cuánto tiempo lleváis con el mismo colchón o la misma almohada? Tened en cuenta que la mayor parte de lo que nos rodea no está pensado para durar y sin embargo, a pesar de todo, nos acompaña durante años. Ahora imaginad que aprendemos a reparar nuestro coche, imaginad que el ingeniero que diseña para la longevidad no es censurado, imaginad que esos vasos de cocina, que ahora se rompen con mirarlos, están hechos de nuestro vidrio, un vidrio al que le podemos devolver su dureza. Sólo tenemos que confiar en el poder de nuestros manos y en el conocimiento y tecnología acumulados durante todos estos años, y entonces dejaremos de depender de la vida de nuestros bienes, para hacer que la vida de nuestros bienes dependan de nosotros.

 

Hoy más que nunca tenemos la tecnología, hoy más que nunca tenemos la información. ¿Porqué no empezar hoy mismo?

 

Os proponemos algo así como… Atracar un banco, dejar el dinero y llevarse a la gente: “Las manos arriba! Todo el mundo conmigo, no quiero ver más esas manos ociosas” Es una broma, pero no se aleja mucho de lo que os queremos transmitir… Aunque parte de verdad tiene, os habréis percatado ya que los banqueros no tendrán otra que aprender un nuevo oficio. El resto a hacer lo que sepa, lo que ya esté haciendo o lo que siempre ha querido hacer. Pero no de cualquier manera, sino propartiendo, es decir, producir (saber, tecnología, alimentos, materiales…) compartiendo. Tened confianza, ya no habrá interés en almacenar lo que se produzca. Internet nos lo ha demostrado, las personas comparten libremente el conocimiento. ¿Porqué no vamos a ser capaces de compartir también lo que produzcamos? Al fin y al cabo, el ser humano por naturaleza, necesita compartir, ya sea bienes, afecto o saber. Somos, de manera natural, dependientes los unos de los otros, profundamente sociales; aunque se nos haya olvidado, o hayan insistido en que lo olvidemos, necesitamos de la salud y el bienestar del otro para ser felices, sentirnos completos.

 

Nos costará, nos costará mucho volver a confiar en nosotros mismos y en el resto, en romper la burbuja de la autonomía que nos ha mantenido aislados de los demás. La televisión, convertida en escaparate de lo peor de lo que somos capaces, nos ha hecho desconfiar de nuestro vecino. Pero antes o después tenía que pasar, antes o después veríamos la cara de la injusticia o la sufriríamos en nuestra carne, y la burbuja que han creado a nuestro alrededor explotaría. ¿De verdad creíais que podíamos ser felices rodeados de pobreza? ¿Pensabais seriamente que seríamos capaces de comer cuando a nuestro alrededor sólo hubiera hambre? Ellos sí, en sus despachos, sus cumbres, sus altos cargos, son felicísimos, pero por su convenido aislamiento de la realidad. Porque es obvio que si el daño que cometen con sus decisiones se infligiese entre sus más cercanos ni se les pasaría por la cabeza. Si, son humanos, podemos pedirles caridad, empatía, que se esfuercen por entender lo que es no llegar a fin de mes, pero por su parte no habrá ningún cambio, cuidarán siempre de sus intereses. Y que no os engañen, cuando prometen dinero, cuando incluso acaban dándolo, no están actuando con generosidad. Lo que nos den será, de todo su dinero, una limosna, una propina por nuestra excelente silencio y obediencia. Si realmente actuaran con generosidad, acabarían con la injusticia que nos lleva a mendigar su dinero, y que ellos crean en su lucrativo negocio de la infamia.

 

No, no os proponemos una utopía, no os hablamos de un ejercicio universal de solidaridad y altruismo. Estamos hablando de nuestra naturaleza, de que somos humanos, de que recordemos que lo somos. Queramos o no queramos, nuestro propio bienestar, nuestra felicidad, siempre estará irremediablemente ligada al bienestar y la felicidad de las personas que nos rodean. Volvamos a la generosidad de las manos, no sólo de las que fabrican sino también de las que colman de afecto.

 

Hay algo que Liberta nunca ha confesado a nadie. En los momentos en los que se han equivocado, en los que han tenido que sufrir sus propios errores, en los que han pasado días, semanas, meses informándose acerca de un aspecto para solucionar un problema, para cubrir una necesidad, los momentos en los que se han quedado hasta la madrugada, deliberando acerca de un conflicto para tomar decisión más justa, o discutiendo sobre un nuevo proyecto con comunidades cercanas. En todos estos momentos Liberta ha echado de menos, aunque fuera fugazmente, la sociedad del dinero, la sociedad en la que su curso no dependía de ella y los integrantes de su comunidad, la sociedad en la que podía delegar, y tenía a quién culpar si las cosas no iban bien, la sociedad que funcionaba sola, aunque fuese mal, pero que le permitía limitarse a hacer su trabajo y olvidarse, volver a casa, tumbarse en el sofá y ver por la tele cómo afuera se estaban matando.

 

Entonces mira a su alrededor, a su gente, a su comunidad, y no puede evitar sonreír…

 

Piensa:

 

“Menos mal que lo intentamos, que reunimos el valor, que confiamos en nosotros mismos y no seguimos asumiendo, tragando, permitiendo, conformándonos con nuestro sofá, nuestra tele y nuestros quince días de vacaciones. Menos mal que comprendimos que era mejor errar libremente antes que vivir cautivos.”