21 Abr Desarrollo tecnológico y trabajo
Quien piense que la paulatina sustitución de personal humano en los puestos de trabajo por máquinas de inteligencia artificial es un argumento de una película de ciencia-ficción o, si acaso, el posible escenario de un futuro remoto, se equivoca. Un ejemplo que demuestra cuán actual es la robotización de la economía, son los automóviles autodirigidos, que ya han probado su eficacia frente a la conducción humana y supondrá, cuando se implemente a gran escala, la desaparición de los millones de puestos de trabajo que hoy el sector de los transportes emplea. Más tarde o más temprano llegará el momento del resto de profesiones, siendo los nuevos empleos surgidos a raíz de estas innovaciones tecnológicas insuficientes para compensar todas las profesiones que se volverán obsoletas.
Este fenómeno, que se lleva años produciendo a cada vez mayor velocidad, supone sin duda un reto adaptativo para nuestra sociedad, pero antes de entrar a hablar de ello, deberíamos recalcar lo que supone en la actual sociedad del dinero. En términos económicos el avance de la tecnología siempre ha conllevado un aumento de la productividad, y por tanto alguien podría proponer abrazar sin más miramientos este desarrollo, que traerá más producción por menos esfuerzo humano. No obstante a poco que se reflexione surgen cuestiones de calado:
– Pérdida de libertad y concentración de poder. A medida que la tecnología avanza y crece nuestra dependencia de ella, nuestro conocimiento va quedando más y más obsoleto. Esto hace que nuestro bienestar dependa cada día más de quienes controlan la tecnología, es decir, de las grandes multinacionales, cuyo monopolio del desarrollo tecnológico les permite acumular más y más poder económico.
– Pobreza. No es difícil intuir que la destrucción de puestos de trabajo que este desarrollo tecnológico conlleva y conllevará, significará, en una sociedad fundamentada en el dinero y por tanto en el trabajo asalariado, menos trabajos, siendo los que queden más precarios, para poder competir contra la productividad de las máquinas.
En definitiva en el escenario actual (y en el futuro si nada cambia) el desarrollo tecnológico no irá de la mano del desarrollo humano si no que serán inversamente proporcionales. Este desarrollo tecnológico nos debe hacer ver que seguir pensando en términos de trabajo, salario o consumo, y por tanto continuar perpetuando la sociedad del dinero, no tiene sentido en un escenario futuro, en el que el trabajo será cada vez más y más robotizado. La sociedad que debemos perseguir debe convertir este fenómeno en vez de un inconveniente en una virtud, haciendo de la evolución de la tecnología una de las bases de su bienestar. Para ello se debe perseguir lo que se puede llamar, haciendo un símil con la alfabetización, la tecnologización.
Del mismo modo que la alfabetización, el conocimiento de la tecnología es indispensable para que cualquier individuo se integre en la sociedad y pueda desarrollar sus posibilidades plenamente, siendo la tecnologización un proceso necesario por el que las personas adquieren las herramientas intelectuales y materiales para controlar, mejorar y crear tecnología. Al igual que saber leer no implica haber leído todos los libros existentes, manejar tecnología no significa conocerla toda, sino haber adquirido la capacidad para, si las circunstancias lo precisan, aprender a manejarse en alguna de sus muchas ramas.
Todas estas reflexiones conducen a la misma idea: el progreso a toda costa no es progreso. El desarrollo en el que toda la población no es partícipe, conociéndola y haciéndola avanzar, es un desarrollo parcial, que margina por un lado y concentra el poder por otro. Y repito, ser protagonistas del desarrollo tecnológico y no meros espectadores no implica dominar todas las tecnologías, sino haber adquirido los conceptos para que en las situaciones necesarias cada individuo pueda ampliar su conocimiento para controlar, modificar y desechar unas u otras tecnología, o lo que es lo mismo, ser capaces de hacer nuestra la tecnología que hoy nos viene dada. La libertad, como se ha dicho siempre, sólo llegará desde el conocimiento, y hoy más que nunca desconocemos la tecnología que nos rodea, por ello somos esclavos de ella y en último término de quienes la conocen y la fabrican.
¿Porqué no tiene ningún sentido pensar en una comunidad indígena que no conozca las herramientas y objetos que le rodean y utiliza? Porque sencillamente no podría sobrevivir. Sin embargo, cuando trasladamos la misma pregunta a nuestra sociedad, se cae en la cuenta de que asumimos sin mayor problema el hecho de que no conozcamos la tecnología que nos rodea. Nuestra pérdida de libertad, acelerada desde la Revolución Industrial, ha sido un proceso gradual pero inexorable, que tiene su origen en la pérdida de conocimiento sobre cómo esta hecha y cómo puede mejorarse la tecnología de nuestro entorno. El desarrollo tecnológico en la sociedad del dinero nunca ha contado con el individuo más que para utilizarlo como mano de obra, apartándolo del proceso creativo y de las fuentes de conocimiento que le hubieran permitido ser dueño de la tecnología, en vez de un simple consumidor, un usuario pasivo. Esta imperiosa necesidad de tecnologización no existiría si no hubiésemos permitido que el progreso tecnológico se hubiese realizado a nuestras espaldas. Volviendo al símil de la comunidad indígena, hemos permitido que nos cambiaran el hacha construida por nosotros mismo, que conocíamos y que podíamos replicar y mejorar, por una sierra eléctrica, potentísima y eficiente, pero que no nos permitieron conocer. Un utensilio pensado de manera que cuando se estropee, sólo nos quede acudir al que nos lo vendió para repararlo o mejor aún, para comprar otro nuevo, más potente y eficiente, pero aún menos accesible a nuestro (buscado) escaso conocimiento del mismo. Evidentemente es un gran avance pasar de la aguja de coser a la máquina de coser, pero se transforma en un avance para unos pocos (para el que fabrica y vende la máquina de coser en este caso), cuando la costurera o el costurero de turno no conocen la tecnología que está detrás de ella, pasando a ser dependientes de quienes sí la conocen.
Sin duda una de las razones por las que la tecnología y nuestro conocimiento de la misma están tan desfasados ha sido la velocidad con la que la primera se ha desarrollado. Sin embargo este vertiginoso avance también ha sido buscado. Sólo hace falta fijarse en la cantidad de modelos distintos de coches que aparecen cada año. Aunque no podamos decir que los coches de ahora sean peores que los de antes (cabría preguntarse lo buenos que hubieran podido ser sino hubiese predominado la lógica capitalista en su desarrollo), lo que realmente busca este avance de la tecnología del automóvil no es simplemente mejorarlos con nuevas prestaciones, sino convertir el automóvil en algo opaco, donde un «manitas» ya no pueda meter mano, y tenga que comprar otro nuevo después de que el antiguo cumpla sus programados escasos años de vida. En otras palabras, la velocidad del desarrollo tecnológico, aún siendo una consecuencia inevitable del avance científico, ha sido también una sensación que se han preocupado de crearnos, abrumándonos con nuevos productos y modelos cada día, que hacen lo mismo que los anteriores pero sin embargo parecen mucho más sofisticados, mucho más complejos y por tanto alejados de nuestra compresión. De esta manera consiguen que asumamos resignadamente que no podemos seguir los pasos a la tecnología, y que el único remedio es que de esta se encarguen las grandes empresas y los gobiernos.
En el proceso de tecnologización del que se ha hablado y al que debemos dirigirnos, es importante tener en cuenta que la velocidad de desarrollo de la tecnología debe ser siempre proporcional al ritmo de comprensión de la misma por parte de los individuos. Aunque en una primera fase esto pudiera ralentizar el desarrollo tecnológico, posteriormente lo potenciará, resultado de sumar la capacidad de un número mucho mayor de individuos. La tecnologización, al igual que la alfabetización, debe ser un fenómeno cultural que vaya mucho más allá de un proceso de aprendizaje y crecimiento intelectual, para acabar convirtiéndose en un rasgo constitutivo de la condición humana. El ser humano no es sólo un ser social, que aspira a la libertad, a su felicidad y a la de quienes les rodean, naturalmente creativo y curioso, capaz de comunicarse con los individuos de su entorno, sino que es también un ser profundamente tecnológico capaz de prolongarse en aquello que crea, aumentando su bienestar a través de su tecnología.
La tecnologización, la capacidad de entender y crear tecnología, se producirá inevitablemente cuando la falta de medios económicos no permita comprar tecnología y empuje a su empoderamiento, comenzando a conocerla para repararla, mejorarla y por último crearla. Este es el único camino a través del cual no seremos víctimas del desarrollo tecnológico (consumidores dependientes de las multinacionales tecnológicas) sino que podremos empoderar nuestras vidas, ser realmente dueños del entorno tecnológico que nos rodea y en definitiva ser libres. Apropiados del desarrollo tecnológico, la sociedad sin dinero gana una herramienta imprescindible para su desarrollo: redes de información libre, como internet. Este hecho es de una gran importancia, y evitará lo que en épocas pasadas era casi ineludible: el asilamiento frente al resto del mundo. Hoy podemos vivir localmente, con una información y un conocimiento globales.
Por ahora no hay comentarios