21 Abr La vida de Liberta
«Entonces los borregos dejaron de alimentar a lobos para que les protegieran de lobos, y se alimentaron ellos mismos. Matando así a los lobos de hambre, matando así al hambre con dignidad.»
Hace ya dos años que Liberta decidió ser libre. Su comunidad, o pequeña nación, como a sus integrantes les gusta llamarse no sin cierta dosis de humor, está formada por no más de 100 personas. Niños, jóvenes, no tan jóvenes y ancianos, madres, hijos, hermanos, nietos, parejas, amigos, amigos de amigos y amigos cuya amistad surgió con la comunidad… todos ellos tienen en común una cosa, el afecto. Liberta no puede decir que conozca a todos por igual, ni que les quiera lo mismo, pero si sabe que a todos les tiene cariño, estima. En parte porque así lo comprendieron desde el principio: si querían ser libres, sólo podían hacerlo con aquellos en los que depositaran su afecto, su confianza. Pero también, y en gran medida, porque tras decidir tomar juntos las riendas de sus vidas, no tuvieron otra alternativa que conocerse profundamente, para que cada decisión estuviera guiada por la empatía. Liberta ha compartido con ellos toda suerte de fracasos y victorias, ha vivido y resuelto conflictos, discutido hasta la madrugada normas de convivencia, construido la mayor parte de lo que les rodea, lo que se ve y lo que no se ve. Por ello el vínculo que les une es profundo, casi desconocido desde nuestra óptica capitalista.
La sociedad de Liberta es profundamente interdependiente: sus comunidades son un reflejo fiel de sus integrantes, quienes dependen directamente de las personas y comunidades vecinas. Son muy conscientes de que trabajar por el bienestar de su pequeña nación es trabajar por el suyo propio, de que ellos son lo único que tienen, pero no quieren ni necesitan otra cosa. Es más, desde que comenzaron su vida en su comunidad, han tratado de animar a otros para que formen sus pequeñas naciones, ya que cuantas mas comunidades rodeen a la suya, mayor riqueza e intercambio habrá.
Liberta recuerda el día que decidieron construir su pequeña fábrica de papel. Esta surgió en torno a una necesidad común, teniendo en mente que la vida del papel que produjeran debía ser un círculo semicerrado (reciclarse hasta que el papel lo permitiese, para finalmente integrarlo en el entorno) y sostenible (cada árbol talado tenía que dar paso a otros dos plantados). Recuerda, también, que el trabajo se demostró demasiado para una sola comunidad, de lo que aprendieron una lección importante: cuanto más grande fuera el proyecto, más manos eran necesarias y por tanto, más comunidades debían participar en él. La consecuencia inmediata de esto fue que las iniciativas que cubrían una amplia necesidad común, como una escuela, un polideportivo o un hospital, fructificaban por encima de otras que partían de un interés personal. Por ello Liberta, y las demás personas con las que convive, saben que ahondar en la interdependencia con las comunidades que les rodean es fundamental.
Aunque pueda parecerlo, no hay que pensar que la pequeña nación que habita Liberta tuvo que construirlo todo desde cero. No. Mientras que el hecho de que el hospital más cercano estuviera demasiado alejado, les animó a construir un centro sanitario entre varias comunidades, la universidad que ya existía cerca de ellos les quitó de la cabeza la necesidad de construir una. «Lo que hay se aprovecha, lo que se necesita se crea», podemos decir que esta es una de las máximas que guían su día a día. Dentro de esta filosofía cobran inevitablemente protagonismo los mal llamados “residuos”, de la sociedad anterior. En el mundo de Liberta los deshechos son preciados, una fuente de materias primas y objetos con múltiples vidas. Las comunidades saben cómo obtener de los residuos muchas cosas, pero tienen sobre todo presente que no obligarán a las generaciones posteriores a buscar entre la basura para recuperar tantos y tantos recursos. Por ello se emplea un gran esfuerzo en conseguir una vida larga y circular de sus objetos, o lo que es lo mismo, tratan de que aquello que fabriquen esté hecho para durar lo máximo posible, y cuando su vida llegue a su fin, se pueda integrar en el medioambiente o reconvertir en un nuevo objeto, completando un ciclo circular (cerrado, como el del vidrio, que puede reutilizarse casi infinitamente, semicerrado, como el del papel, que puede reciclarse un número limitado de veces y reintegrarse en el entorno, o sosteniblemente abierto, como el del adobe, directamente absorbible por el entorno). De esta manera no sólo cuidan su entorno, sino que además el ritmo de fabricación, al dilatar la vida de los objetos, puede ser mucho menor, empleando más esfuerzo, tiempo y recursos en otros aspectos de su vida.
Sin lugar a dudas uno de los días más felices de Liberta fue cuando supo que los científicos de los laboratorios y los obreros de las fábricas habían comenzado a entender que la sociedad dependía de sus manos y sus mentes. En un ejercicio de empoderamiento y libertad, comenzaron a producir y a investigar para ellos mismos y su entorno, y en los casos en que no pudieron hacerse dueños de los medios de creación crearon otros, llevándose su conocimiento con ellos, y haciendo infructuoso el intento de empresas y gobiernos por monopolizar y controlar la producción. A partir de ese momento se empezó a crear para las personas, y no para las empresas.
Una de las mayores preocupaciones de Liberta al comenzar esta vida, estuvo relacionada con el trabajo. En su sociedad se entienden dos tipos de trabajo: trabajo por bienestar y trabajo por vocación (aunque realmente la palabra «trabajo» es un arcaísmo llamado a sustituirse, poco tiene que ver con sus significado capitalista). El primero tiene dos vertientes, una ligada a sus necesidades más básicas y que les da su dignidad: ropa, alimento y vivienda, y otra ligada a cualquier proyecto en común, dentro de la comunidad y entre comunidades, que contribuyen a su bienestar y crecimiento personal. La base fundamental de su convivencia es este trabajo. Les permite vivir libre y dignamente, pero nunca aisladamente, sino ahondando en relaciones de enriquecimiento recíproco, dependencia, y colaboración no altruista.
Los trabajos por vocación podríamos decir que son todos los restantes, cualquier labor, arte, especialidad, manualidad, afición, que se hacen con pasión, voluntariamente, por gusto y pura vocación. El tipo de actividades que te hacen crecer, sentirte realizado, completo, a gusto contigo mismo. Ni en el trabajo por bienestar ni en el trabajo por vocación, cabe la palabra obligación, son decisiones que cada individuo toma libremente. Nadie se ve obligado, por nada ni por nadie, a trabajar en algo que no responda a sus necesidades e inquietudes intelectuales, emocionales o humanas. Y esto era precisamente lo que al inicio de esta aventura preocupó a Liberta. Sin obligaciones, ¿quién querría trabajar? Y si de algo era muy consciente, es que se iba a tener que trabajar, y mucho.
No obstante no pasó demasiado tiempo hasta que pudo comprobar que sus miedos eran infundados: cuando las personas dependen de sus manos, porque no hay Estado ni dinero al que acudir, asumen las riendas de su vida con compromiso, esfuerzo y valentía. Claro, tienen la posibilidad de asumir la responsabilidad de su propia libertad, de ser dadores de su propia dignidad, y no piensan ni por un momento en perderla.
Liberta recuerda cuales fueron los primeros pasos, dados mucho antes de que comenzara a construir, junto a otros, su propia comunidad. Fueron gestos pequeños, gestos que sin embargo ella recuerda como grandes victorias: la primera vez que trabajó en una granja a cambio de manutención, sin que el dinero intercediera; cuando se sumó a un grupo de consumo, que compraba los alimentos de huertos cercanos; cuando vio construir una casa con pilas de paja y aprendió que también se podía hacer con adobe y sacos de arena; el día que cerró todas sus deudas con el banco y se prometió a sí misma no volver a asumir ninguna más; cuando conoció a gente con sus mismas inquietudes y crearon un grupo de trabajo y discusión, con el objetivo de buscar alternativas; el día que participó en un taller de costura, donde se arregló una blusa que hasta hoy le ha acompañado; cuando con la ayuda de un amigo consiguió reparar su móvil; aquella vez que recogió los primeros tomates de su balcón y cuando no recogió nada pero sí aprendió; el día que se lo creyó, que sí, que realmente era posible; cuando conoció la tierra donde más tarde enraizó y creció, digna y libre junto a otros; cuando se cosió su primera camisa, mucho más bonita que ninguna de las que se había comprado hasta entonces; cuando junto a otros decidió, por fin, intentarlo: trabajando para ella y los demás, reduciendo su consumo al mínimo posible, resistiéndose a pagar los impuestos de un Estado injusto e innecesario.
De este momento recuerda el miedo, la incertidumbre, pero también la ilusión, la confianza en su capacidad, las ganas de trabajar y la certeza de qué era lo que no se quería.
Erraron, erraron mucho, pero con cada error se acercaron un poco más a la solución, no a la definitiva, ni a la extrapolable a otros, sino la que en cada momento les sirvió para seguir avanzando. Esto es algo que siempre le gustó a Liberta de la nueva sociedad que se estaba creando, la libertad de cada comunidad para repartir esfuerzos, concentrar energías, elegir uno u otro camino, dependiendo de su entorno, de las habilidades de los integrantes, de sus situaciones personales. Así, por ejemplo, Liberta sabe que aunque en su comunidad trabajan la tierra, en otras con escasez de recursos han optado por la aeroponía y la hidroponía. Y lo mismo ocurre con la energía, en su comunidad el viento es abundante, pero sabe que más al sur han optado por los paneles solares antes que por los molinos. Cree que esta heterogeneidad es una de las principales virtudes de la nueva sociedad, una diversidad que el dinero no contemplaba, homogeneizando los recursos para que cumplieran un único objetivo: la rentabilidad, el beneficio.
La comunidad de Liberta partió del capitalismo y hacia el fin del mismo. Vendiendo lo que sobraba de la cosecha, o aprovechando las nuevas habilidades que habían tenido que aprender, fabricando o reparando objetos, con el objetivo de emplear el dinero acumulado en aspectos que les otorgaran cada vez mayor y mayor independencia frente al mismo. Además, ya que todas sus necesidades estaban cubiertas, podían vender a un precio justo y sin lucro.
A su pequeña nación también llegaron aquellos en los suburbios de la sociedad del dinero: parados, indigentes, estudiantes sin trabajo desde hace años, pensionistas que malvivían con su paga, inmigrantes ilegales… Personas que en la sociedad del dinero no tenían alternativa a su pobreza, pero que sin embargo en las comunidades sí, tenían todas las alternativas que surgieran de sus manos. Liberta y los demás les recibieron sin dudarlo un momento por muchas razones. Porque significaba que no estaban equivocados, la idea de recuperar la soberanía de sus vidas se estaba extendiendo, que podían contar con más manos, más experiencia, lo que enriquecerían sin duda su comunidad, la harían crecer, y porque ver como estas gentes, marginadas, apartadas, inútiles para la lógica del dinero, se volvían capaces, fértiles, enriquecedoras y enriquecidas, era fabuloso.
Cuando comprobaron que asumir más integrantes volvería su comunidad demasiado grande para que las decisiones se tomasen conjuntamente, para que todos se conocieran a todos, para que la convivencia fuera no sólo posible sino deseable, animaron a los que seguían llegando a que construyeran sus propias comunidades, pero no alejadas de la suya, sino cerca, para poder enriquecerles y enriquecerse de su propia experiencia, distinta a la suya. De esta manera ayudaron a muchas personas a empezar a construir sus propias comunidades, creando una extensa y rica red de comunidades a su alrededor.
Liberta hace memoria y tiene la sensación de que todo esto siempre ha existido, la sociedad del dinero queda ya muy alejada, aunque no olvidada. Sin embargo hay algo a lo que Liberta, aún hoy, no se ha acostumbrado, ni cree que lo hará nunca: la inmensa sensación de libertad. Una libertad muy distinta a la que estamos acostumbrados. Una libertad alejada enormemente del libre albedrío y con una gran, gran responsabilidad. Una libertad hermosa pero cuyo peso te deja muchas veces exhausto. Porque en la comunidad de Liberta todo, absolutamente todo, depende de decisiones que se toman entre todos diariamente. A veces, cuando piensa en lo que se empeñaban en llamar antes democracia, “el poder del pueblo”, no puede evitar reírse, ahora le parece un teatrillo ridículo que no se explica cómo pudieron aguantar tanto tiempo. La democracia horizontal que ellos practican en sus comunidades sí representa realmente el poder del pueblo y este el único poder que existe: las decisiones que sólo ellos toman y que nadie toma en su representación, afectan directamente al destino de sus vidas, como siempre debió de ser.
Algo que tampoco olvida es el primer escrito que hicieron entre todos, animando a otros a intentarlo como ellos, junto a ellos:
“Sólo nos queda aspirar a la libertad
Para poder aspirar a ella, a la libertad, antes tenemos que perder muchos miedos: miedo a depender de nosotros mismos, miedo a depender de los demás, miedo a vivir sin dinero, miedo a que nosotros seamos los únicos garantes de nuestros derechos.
Superados estos miedos, tendremos que deshacernos de aquello que nos obliga a perpetuar y justificar el sistema macabro: la deuda, el consumo y el trabajo.
Para terminar con la primera, es necesario deshacerse de cualquier deuda con el banco, templo a la usura, y por supuesto no asumir ninguna más. Para acabar con el consumo tendremos que convertirnos paulatinamente en nuestros propios productores. Todo este proceso, a su vez, tiene que estar inevitablemente teñido de insumisión fiscal y desobediencia civil. ¿Porqué? Porque sabemos sobradamente de parte de quién están los Estados, cómo nuestros impuestos engordan los bolsillos de la casta político-parasitaria. Para acabar con esta plutocracia de lo corrupto, lo más efectivo es negarse a pagar cualquier clase de impuesto, tanto por el impuesto en sí, como por lo que estos financian. Esto, casi con toda probabilidad, y tenemos la certeza de que para nuestro bien, llevará inevitablemente al fin del Estado. Así, muerto el perro se acabará la rabia. Sí, pensamos que esta es tanta que no queda otra que matar al perro de hambre, y es dinero de lo que se alimenta.
Como consecuencia de un progresivo menor consumo y menor endeudamiento, empezarán a ver peligrar sus beneficios, a lo que responderán con lo que tanto les priva: precarizando aún más el trabajo, recortando salarios y derechos, estirando horarios y haciendo laborable incluso el día del Señor. Como ya tantas veces nos han demostrado, dejarán gente en la calle antes que bajarse el sueldo. Bien, pues es en ellos, en los parados, en quienes el dinero se empeña en marginar, en los que nosotros ponemos nuestras esperanzas.
Primero porque son muchos, y conocen la injusticia del sistema. Saben que en él no hay espacio para el que no encuentra trabajo, saben que se les trata como parados, estorbos, gastos, antes que como personas. Segundo porque sus manos están ociosas, deseosas por demostrar que siguen siendo útiles, que pueden aportar. Y por último porque tienen poco que perder y mucho que ganar (mientras que el que aún trabaja se agarra a la ilusión de que las cosas mejoren y decir no a un sueldo le parecerá estúpido). Por perder tienen la limosna del Estado o, con suerte, si algún magnánimo empresario les ofrece trabajo, un sueldo para vivir 2 de las 4 semanas del mes (aunque con las jornadas que sus negreros les impongan tampoco tendrán horas para gastarlo). Por ganar sin embargo tienen nada más y nada menos que aspirar a la libertad. Una libertad ahora encadenada al consumo, la deuda y el trabajo.
Superados los miedos y creyéndonos capaces de por lo menos intentarlo, tendremos que centrarnos en recobrar nuestra dignidad y la de los que nos rodean. La dignidad más fundamental depende de tres necesidades: ropa, techo y alimento, y sería en torno a estos tres conceptos que deberemos articular nuestras sociedades en primera instancia, de manera que todos comencemos este camino con la humanidad más básica. Por ello nos organizaremos en comunidades, de individuos que comparten la cercanía entre ellos, consecuentes con sus recursos más inmediatos, que buscan el auto abastecimiento y promueven la interdependencia.
Si queremos recobrar nuestra libertad tendremos que ser partícipes, creadores, productores de lo que comemos, lo que vestimos, lo que habitamos. La comida, la ropa y el techo, alimentan, visten y cobijan nuestra dignidad son, por tanto, el inevitable primer paso en el camino a la libertad. Y de esta dignidad de la que hablamos sólo nosotros seremos dueños.
Robados, engañados, de miedo hasta el cuello y de mierda hasta las cejas. Oprimidos, vulnerados, más pobres que nuestros padres y más cultos que nuestros hijos. Manipulados, vigilados, obligados a colocar sobre- a vivir, con lo sencillo que esto podría haber sido…No nos dejan otra alternativa que aferrarnos a la libertad. Aún cuando sepamos que nos harán caer con violencia, volaremos agitando nuestras manos, que volverán a ser generosas. Sin miedo! Pisamos tierra fértil. La pobreza es una creación humana en un planeta abundante. En este que os proponemos no hay posibilidad para la especulación: una barra de pan no crea más barras al cabo del tiempo, al igual que una bombilla no cría bombillas tras unos meses. ¿Entendéis? Sin su dinero no habrá cabida para la acumulación y el egoísmo.
Esperamos que poco a poco nos demos cuenta de que no se necesita ninguna gran revolución, y ni mucho menos alzarnos en armas, para aspirar a nuestra libertad es tan simple como volver a producir nuestros propios bienes, recuperar la soberanía sobre nuestras fuentes de sustento.
Cosamos nuestras ropas, hagamos nuestras sillas. Sin prisa!, también crearemos nuestro propio ocio. Cuando tengamos ya el cajón de los calcetines lleno, compartamos los que nos sobren, o no, reparemos nuestra bicicleta. Sí!, desterremos la obsolescencia programada, la que nos consume en una vorágine de necesidades infinitas, consume los recursos de nuestra Tierra en un vórtice de estupidez humana.
Quizás penséis que para poder mantenernos con lo que nosotros mismos fabricáramos, tendríamos que pasarnos la vida trabajando. Pero no, os equivocáis. Pensad: ¿cuánto dura una silla, o una camiseta?, ¿cuánto duran los enseres de cocina, los cubiertos, los platos, los vasos? En vuestra habitación, ¿cuánto tiempo lleváis con el mismo colchón o la misma almohada? Tened en cuenta que la mayor parte de lo que nos rodea no está pensado para durar y sin embargo, a pesar de todo, nos acompaña durante años. Ahora imaginad que aprendemos a reparar nuestro coche, imaginad que el ingeniero que diseña para la longevidad no es censurado, imaginad que esos vasos de cocina, que ahora se rompen con mirarlos, están hechos de nuestro vidrio, un vidrio al que le podemos devolver su dureza. Sólo tenemos que confiar en el poder de nuestros manos y en el conocimiento y tecnología acumulados durante todos estos años, y entonces dejaremos de depender de la vida de nuestros bienes, para hacer que la vida de nuestros bienes dependan de nosotros.
Hoy más que nunca tenemos la tecnología, hoy más que nunca tenemos la información. ¿Porqué no empezar hoy mismo?
Os proponemos algo así como… Atracar un banco, dejar el dinero y llevarse a la gente: “Las manos arriba! Todo el mundo conmigo, no quiero ver más esas manos ociosas” Es una broma, pero no se aleja mucho de lo que os queremos transmitir… Aunque parte de verdad tiene, os habréis percatado ya que los banqueros no tendrán otra que aprender un nuevo oficio. El resto a hacer lo que sepa, lo que ya esté haciendo o lo que siempre ha querido hacer. Pero no de cualquier manera, sino propartiendo, es decir, producir (saber, tecnología, alimentos, materiales…) compartiendo. Tened confianza, ya no habrá interés en almacenar lo que se produzca. Internet nos lo ha demostrado, las personas comparten libremente el conocimiento. ¿Porqué no vamos a ser capaces de compartir también lo que produzcamos? Al fin y al cabo, el ser humano por naturaleza, necesita compartir, ya sea bienes, afecto o saber. Somos, de manera natural, dependientes los unos de los otros, profundamente sociales; aunque se nos haya olvidado, o hayan insistido en que lo olvidemos, necesitamos de la salud y el bienestar del otro para ser felices, sentirnos completos.
Nos costará, nos costará mucho volver a confiar en nosotros mismos y en el resto, en romper la burbuja de la autonomía que nos ha mantenido aislados de los demás. La televisión, convertida en escaparate de lo peor de lo que somos capaces, nos ha hecho desconfiar de nuestro vecino. Pero antes o después tenía que pasar, antes o después veríamos la cara de la injusticia o la sufriríamos en nuestra carne, y la burbuja que han creado a nuestro alrededor explotaría. ¿De verdad creíais que podíamos ser felices rodeados de pobreza? ¿Pensabais seriamente que seríamos capaces de comer cuando a nuestro alrededor sólo hubiera hambre? Ellos sí, en sus despachos, sus cumbres, sus altos cargos, son felicísimos, pero por su convenido aislamiento de la realidad. Porque es obvio que si el daño que cometen con sus decisiones se infligiese entre sus más cercanos ni se les pasaría por la cabeza. Si, son humanos, podemos pedirles caridad, empatía, que se esfuercen por entender lo que es no llegar a fin de mes, pero por su parte no habrá ningún cambio, cuidarán siempre de sus intereses. Y que no os engañen, cuando prometen dinero, cuando incluso acaban dándolo, no están actuando con generosidad. Lo que nos den será, de todo su dinero, una limosna, una propina por nuestra excelente silencio y obediencia. Si realmente actuaran con generosidad, acabarían con la injusticia que nos lleva a mendigar su dinero, y que ellos crean en su lucrativo negocio de la infamia.
No, no os proponemos una utopía, no os hablamos de un ejercicio universal de solidaridad y altruismo. Estamos hablando de nuestra naturaleza, de que somos humanos, de que recordemos que lo somos. Queramos o no queramos, nuestro propio bienestar, nuestra felicidad, siempre estará irremediablemente ligada al bienestar y la felicidad de las personas que nos rodean. Volvamos a la generosidad de las manos, no sólo de las que fabrican sino también de las que colman de afecto.”
Hay algo que Liberta nunca ha confesado a nadie. En los momentos en los que se han equivocado, en los que han tenido que sufrir sus propios errores, en los que han pasado días, semanas, meses informándose acerca de un aspecto para solucionar un problema, para cubrir una necesidad, los momentos en los que se han quedado hasta la madrugada, deliberando acerca de un conflicto para tomar decisión más justa, o discutiendo sobre un nuevo proyecto con comunidades cercanas. En todos estos momentos Liberta ha echado de menos, aunque fuera fugazmente, la sociedad del dinero, la sociedad en la que su curso no dependía de ella y los integrantes de su comunidad, la sociedad en la que podía delegar, y tenía a quién culpar si las cosas no iban bien, la sociedad que funcionaba sola, aunque fuese mal, pero que le permitía limitarse a hacer su trabajo y olvidarse, volver a casa, tumbarse en el sofá y ver por la tele cómo afuera se estaban matando.
Entonces mira a su alrededor, a su gente, a su comunidad, y no puede evitar sonreír…
Piensa:
“Menos mal que lo intentamos, que reunimos el valor, que confiamos en nosotros mismos y no seguimos asumiendo, tragando, permitiendo, conformándonos con nuestro sofá, nuestra tele y nuestros quince días de vacaciones. Menos mal que comprendimos que era mejor errar libremente antes que vivir cautivos.”
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