25 Mar Atracaremos los bancos, para rescatar a las personas y dejar el dinero
¿Ha llegado el momento de renunciar al dinero?
Consideramos que históricamente y gracias a sus características (es imperecedero, mantiene un valor más o menos estable a lo largo del tiempo, puede cambiarse por infinidad de productos y servicios, es útil para comparar el valor de estos y puede producir riqueza por sí solo, a través de los intereses que genera) el dinero ha sido una de las herramientas indispensables que explican el vertiginoso, deberíamos analizar si positivo, desarrollo de la sociedad.
No obstante, ante esta encrucijada en la que actualmente nos encontramos, donde las herramientas y conceptos parece que se han quedado obsoletos y los retos se empeñan en crecer en número y complejidad, la pregunta es fundamental: ¿ha llegado el momento de cambiar la forma en la que realizamos nuestros intercambios?, ¿es el tiempo de renunciar al dinero para no seguir cometiendo los errores que nos han traído hasta el momento presente, para poder aspirar a nuevas soluciones? Desde nuestro punto de vista sí, y en esta sección os vamos a tratar de explicar por qué lo creemos.
Consecuencias ineludibles del uso del dinero
Cómo seguramente pienses, señalar al dinero como el origen de muchos de nuestros problemas es comparable a señalar al cuchillo en la escena de un crimen. Bueno, hasta cierto punto así es. Al igual que un cuchillo se puede emplear para cortar un dedo a tu vecino o para pelar patatas, el dinero puede ser utilizado para financiar vacunas para los países del tercer mundo o para financiar guerras en estos mismos lugares. No obstante al igual que un cuchillo tiene ciertas características intrínsecas que hacen que, independientemente del uso que se le dé, nunca pueda servir para tomar sopa, el dinero posee ciertas propiedades implícitas que son independientes de la ética con la que se utilice.
El dinero no pone límites al crecimiento
Una de las principales características intrínsecas al uso del dinero, y que ha posibilitado un desarrollo sin precedentes en todos los ámbitos de nuestra sociedad, es que posibilita el crecimiento ilimitado.
Esto obviamente no quiere decir que si uno deja un billete de 5 euros en un cajón, al día siguiente se habrá convertido en uno de 10. Lo que viene a decir es que el dinero barre los límites de la riqueza que es necesario crear, en tanto en cuanto no existe una cantidad para la cual un país, una empresa o una persona consideren que deja de ser beneficioso seguir ganando dinero. Y no estamos hablando de la codicia humana, sino de una consecuencia inevitable de su uso: ¿qué contribuyente, empresario, trabajador o consumidor no quiere mejorar su nivel de vida y el de sus familiares? ¿seguir ahorrando para su pensión? ¿para aumentar la herencia que dejará a su hijos? ¿o ahorrar para visitar más países? ¿para comprar mejores productos? ¿para tener una mejor cobertura sanitaria? ¿para darle un hermano al hijo único? Está claro: sería estúpido que teniendo la oportunidad de ganar más dinero y mejorar así el nivel de vida de sus integrantes una compañía, estado o familia no lo hicieran. Esta posibilidad de aumentar el nivel económico que el dinero ofrece y que es aprovechada por los distintos actores de una sociedad, hacen que la economía en su conjunto tienda siempre a crecer de manera ilimitada porque, repetimos, no hay un momento en que una sociedad o una parte de ella, consideren que es perjudicial seguir ganando dinero.
Esto evidentemente choca frontalmente contra la lógica más elemental: no existe ningún sistema que pueda crecer ilimitadamente sin antes o después colapsar. Y precisamente, eso es lo que lleva ocurriendo en las sociedades del dinero desde que adoptaron su uso. En los momentos históricos en los que el crecimiento del dinero no se ha visto reflejado en un crecimiento de los recursos, ya fueran humanos, naturales o tecnológicos, la burbuja económica, representada por una moneda con un valor irreal y no respaldado por riqueza tangible, ha estallado. Esto se debe a que el dinero tiene la perniciosa característica de representar riqueza estimada, y no riqueza real, lo que hace que en el momento en que el valor de un elemento estructural de la sociedad (véase el petróleo, la vivienda…) no es el estimado, el dinero, que ha crecido por encima de lo que los recursos económicos eran capaces de hacerlo, pierde parte de su valor y el sistema se derrumba, con las nefastas consecuencias que ya conocemos.
Desde el punto de vista ecológico, la principal consecuencia que tiene la posibilidad de crecimiento ilimitado que el dinero posibilita es obviamente la explotación de los recursos naturales por encima de su capacidad de renovación. Como ya sabemos desde la Revolución Industrial venimos expulsando a la atmósfera gases de efecto invernadero que esta no es capaz de absorber, provocando un aumento de la temperatura, la acidificación de los mares, etc. Y el cambio climático es uno sólo de los ejemplos de la incapacidad de una sociedad que emplea el dinero para desarrollarse dentro de los límites de cada medio natural.
Antes de abordar en la segunda parte de este artículo la siguiente consecuencia negativa intrínseca al uso del dinero, la competencia, nos gustaría cerrar este apartado con dos últimas reflexiones. Con la primera desmitificaremos las bondades del crecimiento económico, con la segunda hablaremos sobre la imposibilidad del decrecimiento en una sociedad que no renunciemos al dinero.
Riqueza y decrecimiento
Después de haber leído la primera parte de este artículo, alguien podría argumentar que sí, efectivamente el crecimiento ilimitado genera crisis económicas, sociales y ecológicas, pero al mismo tiempo sirve de motor para que la sociedad cree riqueza. En primer lugar es importante aclarar que renunciar al dinero no significa renunciar a crear riqueza, desarrollo, bienestar… Eso obviamente sería absurdo. Lo que proponemos es que todo ello se cree en base a los recursos naturales, a las capacidades y necesidades de las personas en cada lugar y momento presentes. Dicho esto es necesario preguntarse cuál es la naturaleza de la riqueza creada por el dinero. ¿Es consecuencia directa de las necesidades de las personas? ¿Se crea esta para aumentar su bienestar? Aunque puede que muchas empresas en sus comienzos nacieran como respuesta a una necesidad concreta de la sociedad, lo cierto es que bien debido a que la competencia con otras empresas les obliga a crecer o morir, o bien porque sin verse empujadas por la competitividad del mercado deciden crecer para aumentar el nivel de vida de sus integrantes (algo totalmente lícito), estas acaban inevitablemente manipulando las genuinas necesidades de la sociedad, convirtiéndola en un medio para sus actividades económicas en lugar de en un fin, como debería ser.
Para entender esto nos vale cualquier ejemplo. Imaginemos una empresa de colchones. Aunque cuando se constituyó seguramente lo hizo para cubrir una necesidad actualmente invierte una parte importante de su presupuesto en marketing, publicidad, obsolescencia programada… con el objetivo de manipular las verdaderas necesidades de los consumidores. Aunque cuando la empresa de colchones se creó la necesidad en su entorno era de 30 colchones al mes, en la actualidad ha manipulado esta demanda, haciendo que se produzcan y se vendan más colchones de los que verdaderamente se necesitan. Aquello que había nacido como un medio para un fin, que era la sociedad, se ha acabado convirtiendo en un fin en sí mismo, que utiliza a la sociedad como medio para crecer. Y ojo, cuando hablamos de crecimiento no aludimos a la avaricia de un empresario sin escrúpulos, sino a la lógica decisión de una empresa que quiere crecer para aumentar sus beneficios, y por tanto el bienestar de sus miembros. Y aún en el caso de que una empresa decida no crecer, antes o después se verá obligada a hacerlo si quiere seguir siendo competitiva frente a otras empresas que sí han decidido crecer.
Desde un punto de vista más global pero profundizando en la misma idea, podemos añadir que en cualquier sociedad que haga uso del dinero, los recursos se explotan en base al dinero que sea rentable invertir en cada momento. Por ejemplo: si es rentable invertir en la producción de objetos de lujo, los recursos se desviarán para cubrir esta demanda, si en cambio no es rentable la producción de medicamentos para el tercer mundo, esta necesidad quedará descubierta. Como vemos el beneficio económico condiciona el uso del medio ambiente y las personas, mientras que en un mundo sin dinero las personas podrían determinar, en base a los recursos humanos y naturales disponibles, qué riqueza crear y cómo hacerlo.
Seguramente muchos pensarán que debemos apostar por el decrecimiento, la austeridad o el crecimiento sostenible para erradicar los problemas comentados. Sin duda, si no queremos poner en entredicho nuestra propia supervivencia, necesitamos hacer un gran esfuerzo para producir menos, de forma más eficiente y generando menos residuos. No obstante por mucha voluntad que invirtamos en ello no pondremos cambiar el hecho de que la tendencia en una sociedad que emplee el dinero es irreversiblemente la del crecimiento ilimitado. Un crecimiento que no sólo es inevitable sino que además es necesario para la sociedad que emplea el dinero si esta quiere mantenerse en el tiempo. Para el empleado de la fábrica de colchones de la que hablábamos, es una mala noticia que se cubra la necesidad de colchones en su zona, porque eso significará que al mes siguiente no habrá ventas y su puesto, y por tanto su medio de subsistencia, peligrarán. Y cómo él el resto de la sociedad. Todos y cada uno de los miembros de una sociedad que emplea el dinero necesitamos que la economía crezca y nunca deje de hacerlo, porque cada mes necesitamos que nuestra empresa produzca lo suficiente, y así recibamos cada mes nuestro sueldo. Es por ello que el decrecimiento en una sociedad que asume la herramienta del dinero es una entelequia. El decrecimiento es más que necesario dadas nuestras circunstancias, pero sólo será posible cuando renunciemos al uso del dinero.
Continuando con la reflexión sobre este tema, el hecho de que una persona o colectivo renuncie a la posibilidad de seguir ganando dinero y a mejorar sus condiciones de vida, no es más que un loable pero inútil paliativo. En primer lugar porque esa decisión es posible tomarla sólo después de una fase de crecimiento, tras la que se ha alcanzado un cierto nivel económico. Sería absurdo pedir austeridad al niño, al estudiante, al país del tercer mundo, al refugiado o al trabajador precario, ya que sus condiciones están lejos de ser las mejores y pedirles tal cosa sería cometer con ellos una injusticia. Por tanto el crecimiento sostenible, la austeridad o el decrecimiento en la sociedad del dinero tiene sentido siempre que esté precedido por una fase de crecimiento. En segundo lugar, y este es el quid de la cuestión, renunciar a obtener cierto beneficio económico no impide que otra persona, empresa o estado vaya a aprovecharlo si este existe y de hecho, está en todo su derecho de hacerlo. ¿Quién, y con qué razones puede denegar o restringir a ninguna persona u organización la posibilidad de prosperar, de aumentar su estabilidad, de mejorar sus condiciones económicas o, en pocas palabras, de crecer (siempre dentro de la legalidad, claro está)? Limitar las posibilidades de crecimiento dentro de una sociedad basada en el dinero conlleva necesariamente una vulneración del derecho de las personas y las organizaciones a progresar en sus condiciones materiales y no-materiales. Esta falta de libertad para poder aprovechar todas las oportunidades que el dinero ofrece ocasiona tensiones que desembocan, antes o después, en un nuevo escenario de crecimiento no restringido.
Pero vayamos más lejos. Imaginemos que, de forma extraordinaria, todos los actores de una sociedad se ponen de acuerdo para limitar su crecimiento. Para conseguirlo, los consumidores reducen su nivel de consumo al mínimo, generando un fuerte impacto en las empresas, que ven sus ingresos disminuir, lo que afecta a los trabajadores, cuyos sueldos bajan o peor aún, pierden sus trabajos. Trabajadores que son al mismo tiempo consumidores, que viendo disminuir su capacidad adquisitiva consumen aún menos, lo que hace que los ingresos de las empresas sigan bajando y así los sueldos de los empleados y por tanto… Como vemos entramos en un círculo vicioso que sume a la sociedad en una recesión en la que su única salvación es estimular el crecimiento económico. El mismo crecimiento económico que se habían propuesto limitar. Pero desarrollemos un poco más la reflexión para los lectores escépticos.
Imaginemos esta vez que, con un ambicioso plan económico se consigue alcanzar el ansiado equilibrio económico: los consumidores mantienen un nivel de consumo que hace que las empresas tengan un cierto nivel de ingresos, que asegura unos sueldos para un número de trabajadores y, a su vez, cierta capacidad adquisitiva como consumidores. A primer vista parece idílico… pero es un escenario que cuando se lleva a la práctica solo puede desembocar en sistemas autoritarios. Cualquier sociedad que imponga limitaciones sobre el nivel de consumo y de ingresos de sus integrantes es autoritaria, y como hemos comentado anteriormente, vulnera el derecho de las personas y las organizaciones a progresar en sus condiciones materiales y no-materiales.
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