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Cercanía a la naturaleza: sostenibilidad

“La verdadera escasez se encuentra en las manos que olvidaron lo fructíferas que fueron.”

¿Cuáles son las estrategias que se contemplan en la sociedad sin dinero para superar la actual crisis de recursos que nos afecta?

En primer lugar, la distribución de la población en pequeñas comunidades cercanas a las fuentes de sustento, supone un ahorro importantísimo en el transporte de recursos (ya sean alimentarios, energéticos, como la electricidad, o sanitarios, como el agua). Estos tenderán a ser los presentes en el entorno que las comunidades ocupan, ahorrando mucha de la energía que actualmente se pierde en su transporte y embalaje. Es esta precisamente una de las razones por las que debemos crear una convivencia con las fuentes de sustento, prescindiendo de las grandes infraestructuras de transporte, volviendo a poner en valor la riqueza de los recursos locales, llenos de posibilidades si se conjugan el saber tradicional, la tecnología y el conocimiento científico.

Actualmente, en el viaje que realizan estos recursos hasta los núcleos urbanos, no sólo se consume una gran cantidad de energía para su transporte, a esto hay que sumar un importante porcentaje de pérdidas producidas en su trayecto (pérdidas inherentes al sistema en el caso del tendido eléctrico, fugas en el caso de las canalizaciones de agua, pérdidas en su aporte nutricional en el caso de los alimentos, adulterados con química para que aguanten largo tiempo con un buen aspecto…). La cercanía de las pequeñas comunidades a las fuentes de recursos, minimiza el gasto energético en su transporte, al mismo tiempo que reduce drásticamente las pérdidas derivadas de su traslado. Esta estrategia de la sociedad sin dinero se presenta como un gran paliativo contra la situación de escasez de recursos en la que nos encontramos.

Otra estrategia propia de la sociedad del afecto y el conocimiento para hacer frente a la escasez de recursos, tiene que ver con la posibilidad de las comunidades de relacionarse directamente con su entorno natural para tratar sus residuos. De esta manera, todo el agua que actualmente se consume en las grandes urbes para canalizar los deshechos fecales, se ahorra en las pequeñas comunidades de la sociedad sin dinero a través de, por ejemplo, la utilización de váteres secos, que además permiten su posterior utilización como abono. Este es sólo un ejemplo que ilustra la capacidad de los individuos para gestionar sus propios residuos, posible en la sociedad sin dinero gracias a que, por un lado, las comunidades habitan en un entorno natural con el que están en perpetuo y estrecho contacto. La cercanía con el medio ambiente, prácticamente inexistente en los núcleos urbanos actuales, le dará al individuo también la capacidad para depurar el agua resultante de sus distintas actividades, tratándola naturalmente, por medio de sistemas como los estaques de plantas macrofitas u otros procesos igualmente sostenibles, que devuelven el agua utilizada al medio, sin apenas gasto de energía ni ningún impacto en el entorno. Vemos cómo, en cada de uno de los pasos a seguir, la recuperación colectiva de la soberanía sobre el conocimiento y tecnología existentes, sumado a una vuelta a la sabiduría popular, son elementos definitorios de la nueva sociedad propuesta.

Convivir con el entorno natural, y no aislados del mismo en bloques de pisos (por poner un ejemplo), nos permitirá crear los recursos que antes se desperdiciaban. Es el caso de nuestros deshechos, como ya hemos comentado anteriormente, el caso del agua de lluvia, que ahora escurre por nuestros tejados y se pierde, pero que en la sociedad sin dinero podremos recoger y aprovechar. Convivir con el entorno natural, y no aislados del mismo, nos permitirá conocer los recursos locales disponibles en el mismo, descubriendo todas sus posibilidades, creando una artesanía, una tecnología, que sea consecuencia de estos recursos presentes en el entorno más inmediato. Las comunidades no se imponen sobre su medio natural (algo que antes o después demuestra su inviabilidad) sino que se adaptan a él, siendo su consecuencia.

Una vez exploradas todas las posibilidades de los recursos locales, el intercambio de materiales (además de conocimiento), es posible gracias a las Bolsas de Recursos y las Bolsas de Necesidades y Capacidades. No obstante esta opción se presenta en la sociedad sin dinero, solamente como un segundo escenario, una vez utilizados los recursos locales en toda su capacidad, diferenciándose notablemente de la sociedad del dinero, donde lo que se fomenta son los intercambios a todas las escalas, por encima del total aprovechamiento de los recursos presentes en el entorno inmediato. Esto por otro lado no es nada nuevo. Hasta hace 50 años los materiales constructivos de las viviendas dependían de los que estaban presentes en el medio. De esta manera existían casas de pizarra, piedra, adobe o paja dependiendo de los recursos disponibles en el entorno.

La pequeña industria

Siempre en pos de la eficiencia y la sostenibilidad, la comunidad de la sociedad del afecto y el conocimiento, tratan en todo momento de llevar a cabo un aprovechamiento cíclico de los recursos locales, haciendo énfasis en aquellos que pueden ser fabricados sin necesidad de grandes complejos industriales. Esto es lo que llamamos la pequeña industria, y que consiste en la búsqueda de la independencia productiva de las comunidades, a través procesos de fabricación simplificados, seguros y sostenibles, llevados a cabo a una escala que permiten su gestión por una o varias comunidades. La pequeña industria no busca sustituir por entero los grandes polígonos industriales, sino devolver la capacidad creativa que una vez tuvo el individuo sobre la fabricación de algunos de sus bienes de uso cotidiano, como jabones, enseres de cocina, muebles, velas… que pueden ser producidos a pequeña escala sin necesidad de una gran industria. Para ello, tiende a utilizar y producir aquellos bienes que pueden ser integrados en procesos cíclicos de fabricación, uso y deshecho, en detrimento de la mayoría de los materiales actuales, que son fabricados por una gran industria en la que los individuos sólo participan como consumidores, y tienen una vida útil lineal, es decir, con principio y fin, sin posibilidad de integrarse en ningún ciclo.

El aprovechamiento cíclico de los recursos consiste en el uso reiterado de los mismos, a través de las distintas etapas de su vida útil. El ejemplo por excelencia de aprovechamiento cíclico es el del agua. Con una gestión acertada, el agua puede pasar por la cocina,  la ducha, la lavadora y nuestros cultivos, antes de volver limpia al entorno natural, tras pasar por humedales que hacen la función de depuradoras naturales. Otro ejemplo de aprovechamiento cíclico es el de nuestros alimentos cultivados, los cuales nos alimentan, pero cuyos deshechos también sirven de comida a animales domésticos como gallinas, y pueden ser procesados para formar compost.

Existen otros tipos de materiales que se prestan a un aprovechamiento cíclico:

– Ciclos cerrados:

El vidrio es un buen ejemplo de recurso cuya vida se engloba dentro de un ciclo cerrado. Una vez fabricado cualquier objeto con este tipo de material, este se puede utilizar, limpiar y volver a utilizar infinidad de veces. Además, en caso de rotura, se puede volver a fundir para convertirlo en un nuevo objeto. Hablamos por tanto de ciclo cerrado, porque el material, en este caso el vidrio, permanece como tal a lo largo de todo el proceso. Es importante que el ciclo se mantenga cerrado, ya que el material no puede ser directamente absorbido por el medio ambiente.

Existen otro materiales distintos al vidrio que, aunque actualmente no son tratados bajo esta consideración, pueden formar parte de ciclos cerrados. Es el caso de la cera o los tejidos de ciertas ropas. Así vemos cómo, la pertenencia de un material a un ciclo cerrado no se debe solamente a una cualidad intrínseca de este, sino también a una actitud de sus fabricantes y usuarios, para dar a los objetos, en los casos en que sea posible, infinitas vidas.

– Ciclos sosteniblemente abiertos:

Son aquellos ciclos en los que el material puede reciclarse un número limitado de veces. Este se degrada a lo largo de sus distintas vidas, pero puede ser reabsorbido fácilmente por el medio ambiente. Es el caso del papel, la madera o el barro.

Dicho esto, los plásticos fabricados con derivados del petróleo no son deseables, en cuanto a que no pueden ser integrados en ninguno de estos dos ciclos. Por un lado no pueden reutilizarse infinitamente, ya que pierden sus cualidades por la acción de la luz, el agua y el uso en general, liberando sustancias tóxicas en su descomposición. Por otro lado, el material degradado no puede ser reabsorbido fácilmente por el entorno natural, lo que hace imposible que forme parte de un ciclo sosteniblemente abierto. Los plásticos biodegradables fabricados a partir de resina, de aceite de cáñamo, de cáscara de plátano o de fécula de patata o maíz, en cambio si pueden integrarse en ciclos sosteniblemente abiertos.

Nuestra comunidad: espacio integrado y creador

En la sociedad sin dinero aquello que ocurre más allá de las paredes de nuestra casa es una consecuencia de lo que ocurre dentro: creación e integración con el entorno.

Debemos desterrar la creencia de que las fábricas son los únicos medios de creación y reciclado. Nuestro hogar, nuestra comunidad, pueden ser mucho más que un lugar en el que comer y descansar. No sólo puede ser nuestro, porque nosotros lo construiremos, no sólo será el lugar donde podamos crear nuestra ropa y proveernos nuestros alimentos (en continua y estrecha colaboración e intercambio con el resto de hogares de nuestra comunidad y con el resto de comunidades de nuestro entorno), sino que también será el espacio para actividades creativas que no necesiten maquinaria compleja ni grandes recursos, aquéllas que solo precisen tiempo y manos. Hablamos de la pequeña industria: artesanías, como la cerámica, el vidrio, la madera, el mimbre, el esparto… pero también actividades como la reutilización y el reciclaje de los deshechos generados en nuestro hogar. Debemos recuperar la confianza en nuestra capacidad para convertir los recursos naturales en productos tan valiosos como los creados industrialmente.

Por otro lado, nuestros hogares (que recalco, son el espejo donde la sociedad se mirará), tendrán la oportunidad de convivir de manera totalmente integrada con el ambiente, tratando sus residuos para convertirlos en recursos, creando círculos cerrados de aprovechamiento de los mismos, donde los elementos sobrantes derivados de sus uso se reintegren en el entorno tecnológico, humano o natural. Una de las posibilidades que se abren con la sociedad sin dinero, es que las viviendas podrán ser espacios de creación de recursos, en vez de lugares de explotación de los mismos, recogiendo, por ejemplo, el agua de lluvia que ahora escurre por los tejados y se pierde, obteniendo electricidad a partir de los vientos predominantes, calentando agua a través de la energía solar. En las viviendas también se podrá alargar la vida útil del papel, con su reciclado, o del vidrio, con su reutilización. Deshechos, como los residuos fecales, se podrán convertir en recursos como el compost para el cultivo, cerrando así el círculo de aprovechamiento de los alimentos. Otros residuos, como el aceite de cocina usado, pueden ser de gran utilidad y al mismo tiempo evitar su impacto en el entorno al transformarse en jabón para uso doméstico. Incluso las heces de nuestros animales pueden convertirse en energía, gas para la cocina concretamente, a través de biodigestores.

Como se puede comprobar, la sociedad sin dinero nos da la oportunidad de convertir nuestras viviendas en algo mucho más importante que un lugar para comer y descansar: podrá ser un espacio de creación, tratamiento y reintegración de los recursos.

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