Creámonos creémonos libres | Nosotrariado
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Nosotrariado

El nosotrariado, en contraposición con el proletariado, viene a sustituir el trabajo actual por un trabajo nuestro y para nosotros, que no esté sujeto ni a las leyes del mercado ni a la voluntad de individuos en puestos superiores.

Nuestro trabajo NO debe ser nuestro medio de subsistencia

Para que podamos trabajar en aquello que despierte nuestro interés y nos enriquezca, y además lo hagamos libremente, en definitva, para que trabajemos por el placer de hacerlo y no por mera necesidad, tenemos que convertir el medio para conseguir dinero que es actualmente nuestro trabajo, en un fin en sí mismo. Para ello debemos cambiar de paradigma. Hasta ahora hemos entendido el trabajo como un inevitable medio de subsistencia, lo que hace imposible que tengamos total libertad a la hora de elegirlo y ejercerlo.

Sólo a partir del momento que cubramos nuestras necesidades básicas, ropa, alimento y vivienda, podremos realmente dedicarnos a trabajar libremente, sin la preocupación de que nuestros trabajos tengan que forzosamente atender a una rentabilidad económica a través de la cual podamos subsistir. Por ello, para alcanzar un trabajo verdaderamente libre, es esencial que, en primer lugar, nos ocupemos en proporcionarnos nuestra dignidad fundamental.

En la actualidad el dinero que obtenemos con nuestro trabajo es el que nos da nuestra dignidad, de manera que esta pasa a depender de una infinidad de factores que no están en nuestra mano: leyes y reformas laborales, demanda existente, crisis, paro, presupuestos del país, políticas de empresa, estado de la bolsa… Todos estos factores, y otros muchos, hacen que tengamos muy poco control sobre nuestros trabajos, sacrificando nuestras inquietudes personales para adecuarnos a las circunstancias imperantes, haciendo así nuestro trabajo rentable. Aquello que hacemos a lo largo de nuestra vida es una de las cosas que mejor nos definen, y en vez de convertirnos en verdaderos dueños de ello, permitimos que queda a merced de factores globales que escapan a nuestro control.

En cambio, y volviendo a la idea previa, una vez cubiertas nuestras necesidades básicas, podremos decidir libremente los objetivos y condiciones de nuestro trabajo, el cual, pasará a convertirse en un fin en sí mismo, donde su realización, el resultado del mismo y el uso y bienestar que comporte, serán sus únicas y mejores recompensas. De esta manera pasaremos a trabajar por pasión, por interés, por mejorar el bienestar propio y del resto, por saber más, por enriquecer y enriquecernos… Nuestro trabajo no será más un medio para nuestra subsistencia, un instrumento para conseguir dinero.

En este sentido, surge casi inmediatamente una cuestión: bien, parece obvio que si no dependemos de nuestro trabajo para subsistir, lo podremos ejercer libremente, sin importar que este sea más o menos productivo en términos económicos pero, ¿qué ocurre con el trabajo que llevemos a cabo para proporcionarnos alimento, vivienda y ropa?, ¿no es este un medio de subsistencia? Es aquí donde se produce el principal cambio de paradigma. De la misma manera que no consideramos un trabajo defender nuestro derecho a la libertad, o nuestro derecho a la información, pero sin embargo trabajamos por defenderlos, ampliarlos y promoverlos, trabajar en el cultivo de nuestros alimentos, la construcción de nuestras viviendas y la confección de nuestras ropas, no debe ser considerado un trabajo, sino parte de la defensa y desarrollo de un nuevo derecho inalienable: tener y usar la capacidad para proporcionarnos nuestra dignidad más básica. Al igual que hoy consideramos el acceso a agua potable un derecho fundamental e inalienable, y por ello entendemos que tener grifos en nuestra casa que nos den agua limpia es esencial para una vida digna, tenemos que comprender que tener un terreno que poder cultivar, crear un taller donde poder arreglar y crear nuestra ropa, y adquirir los conocimientos, el espacio y los materiales necesarios para construir nuestras viviendas, es igual de fundamental para una vida digna y libre. Por ello es absolutamente necesario que empecemos a considerarlos no como trabajos, sino como parte de la defensa y el desarrollo de un derecho, el derecho a poder proporcionarnos nuestro alimento, ropa y vivienda, y por ende una vida digna y en libertad.

Desprofesionalización

La desprofesionalización es el proceso por el cual nuestras actividades dejan de entenderse como carreras profesionales, en las que adquirimos unas u otras habilidades en función de la demanda del mercado, dedicando para ello la mayor parte de nuestra vida a obtener los conocimientos necesarios a través de los cauces oficialmente reconocidos (títulos universitarios, másteres oficiales…). Gracias a que los trabajos que realicemos ya no tendrán que responder a la lógica de la rentabilidad, tendremos libertad para especializarnos en el ámbito que queramos y cómo queramos, y libertad para, cuando así lo queramos, interesarnos y especializarnos en otros ámbitos. Así, podremos alcanzar una vida plena, una vida rica en diversidad de experiencias y conocimientos, una vida en la que podemos alimentar nuestra curiosidad y satisfacer nuestras inquietudes intelectuales como queramos. La desprofesionalización supone la libertad que como trabajadores siempre deberíamos haber tenido.

El concepto que, en esencia, la desprofesionalización viene a tumbar, y que actualmente es predominante y fomentado en las relaciones laborales de la sociedad del dinero, es el de la utilización. Actualmente, quien tiene dinero, emplea (utiliza) a otros para obtener más dinero, repartiendo a cambio entre sus empleados parte del beneficio. Asimismo quien es empleado se deja utilizar a cambio de una compensación económica. De esta manera llegamos a una objetificación de la persona, que no es valorada atendiendo a sus aspectos más humanos (capacidad para empatizar, para socializarse, para emocionarse, para amar y ser amado, para construir su felicidad y la de quienes le rodean…), sino a sus aspectos meramente productivos. No importa «aquello que uno es» (sociedad del afecto y el conocimiento) sino «aquello que es capaz de hacer» (sociedad del dinero).

Ahondando un poco más en el concepto de utilización de la sociedad del dinero, tenemos que el mecánico es el objeto-persona que arregla coches, al igual que el informático es el objeto-persona que diseña aplicaciones y el profesor el objeto-persona que enseña. De la misma manera que de una llave inglesa esperamos que nos sirva adecuadamente para apretar o aflojar, de cualquier profesional en la sociedad del dinero esperamos que nos haga correctamente el trabajo al que se dedica. Queremos que el objeto-obrero nos haga rápido, bien y económicamente el trabajo, su vida personal, si es feliz, si quiere y educa a sus hijos, si es un buen vecino…, no es tomado en consideración, lo principal es que el objeto-obrero haga correctamente el trabajo para el que se ha especializado. Lo principal es lo que haga, no lo que sea.

Esta instrumentalización, existente en cualquier profesión, no es ni mucho menos casual, y tampoco se debe solamente a una decisión meramente personal. La sociedad del dinero nos da forma conscientemente, nos convierte en piezas (objetos-persona) que la sirvan para integrarla y sostenerla. Esto se lleva a cabo a través de una instrumentalización indirecta y una instrumentalización directa.

Entre las que se engloban dentro de la primera, la más importante es la inducida a través del nivel económico del individuo. Como no podía ser de otra manera en la sociedad del dinero, la capacidad adquisitiva es la principal limitación a nuestras aspiraciones personales, y una de las principales herramientas de esta sociedad para modelarnos. Los objetos-persona como obreros, secretarios, camareros o barrenderos, son fabricados en los barrios más humildes, mientras que sus respectivos jefes se fabrican entre las clases más pudientes. La educación es otro ejemplo de instrumentalización indirecta: nos enseñan a ser lo que es “necesario” que seamos, con contenidos pensados para mantener el sistema y encajar en él, no para cuestionarlo, haciendo hincapié en hacer seres humanos útiles antes que formar seres humanos felices.

Por otro lado, la instrumentalización directa se lleva a cabo por el mercado laboral a través de la oferta y la demanda. Este influye incluso a la hora de elegir una u otra carrera universitaria, dado que, el simple hecho de que exista una u otra perspectiva de trabajo, influye enormemente en la elección de una u otra carrera.

Aparte de la desprofesionalización, otra estrategia para combatir la utilización y la instrumentalización a las que las personas nos vemos empujados a someternos en la sociedad actual, es la colaboración.

En el escenario laboral actual, la preposición fundamental es «para»: Trabajas para mí, trabajo para ellos. Sin embargo, en la sociedad del afecto y el conocimiento, esta pasa preposición pasa a ser “con”: trabajo con ellos, trabajo contigo… O lo que es lo mismo, las personas ya no utilizan ni son utilizadas, sino que cooperan y colaboran, intercambiando indirectamente (ya sabemos cuál es el carácter de los intercambios indirectos) apoyo y conocimiento. Yendo a lo concreto, en la sociedad propuesta, cuando un individuo tiene una necesidad, en lugar de encargar a otro que la satisfaga recurriendo a una recompensa, busca a aquellos que pueden satisfacerla y colabora en la búsqueda de soluciones, poniendo a su disposición su esfuerzo y su capacidad de aprendizaje, para formar parte activa en la satisfacción de sus necesidades, en lugar de ser un mero observador.

Además, de esta manera el intercambio de conocimientos se produce en ambos sentidos, ya que quien necesita satisfacer la necesidad, podrá aportar, a partir de su saber, su propio punto de vista a la resolución del problema a aquél con quien trata de resolverlo, algo que siempre de alguna u otra manera le enriquecerá. Así, quienes en algún momento están en disposición de cubrir las necesidades de quienes les rodean, lo harán voluntariosamente, ya que por un lado les servirá como excusa para desarrollar sus trabajos, elegidos libremente y que responden a sus intereses y, por otro lado, tendrán la oportunidad de enseñar aquello que aman hacer (siendo su mejor recompensa el resultado de su trabajo), colaborando y enriqueciéndose con quienes precisen de sus conocimientos para la satisfacción de sus necesidades.

De esta manera, ya utilizamos a los individuos que nos rodean para alcanzar aquello que no tenemos y que no sabemos conseguir, si no que colaboramos con ellos para formar parte en la satisfacción de nuestra propia necesidad, ofreciendo nuestras manos y nuestro voluntad de aprendizaje.

En una sociedad profundamente interdependiente, como es la del afecto y el conocimiento, al individuo le interesa fomentar un entorno rico a su alrededor, al que pueda acudir cuando tenga necesidad. La mejor manera de construir este ambiente es a través de los resultados de sus acciones, y en mayor medida aún, a través del ejemplo que esto genera. El médico colaborará con el ingeniero por la cura de sus enfermedades, fomentando con ello que el ingeniero vierta, en el entorno que cohabitan, su experiencia y conocimiento, lo que enriquecerá directa o indirectamente al medico. En pocas palabras, vertiendo su trabajo y sabiduría en su entorno, el médico construirá una riqueza que antes o después le será devuelta. Esta es la forma de ser los intercambios indirectos. Así tenemos, resumidamente, contra la utilización, colaboración instantánea o bien colaboración prorrogada en el tiempo, en forma de intercambios indirectos.

Somos piezas de una gran cadena de montaje

Sí, piezas de una gran cadena de montaje, donde cada una tiene en su puesto de trabajo unas libertades, unos derechos, unas condiciones, unas responsabilidades y unos conocimientos limitados. Todos somos obreros de una gran fábrica que es el mundo. Una fábrica que algunos sabemos dañina, empobrecedora espiritual e intelectualmente, alienante, insalubre, injusta… que a pesar de todo nos vemos empujados a seguir contribuyendo a mantener con nuestro trabajo, ya que de nuestro trabajo depende nuestra vida.

El primer paso que podemos dar para terminar con esta cadena de montaje es ser conscientes de ello, de que somos piezas engrasadas con algo que creemos que es nuestro sueldo, pero que sin embargo es grasa para la cadena de montaje. Cuando seamos viejas o cuando sea más cara nuestra reparación que la compra de una pieza más nueva, nos sustituirán sin pestañear. Si demostramos la capacidad para hacer el trabajo de dos piezas, desecharán las más costosas y las restantes trabajarán el doble. Lo importante es que la maquina no pare, la felicidad, el bienestar, la realización de sus piezas es algo secundario, lo primero y fundamental es que cumplamos nuestra función en la cadena de montaje, que hagamos nuestro trabajo y nada más: el camarero atienda las mesas, y el cocinero cocine, que el estado legisle y el ciudadano contribuya, que la empresa venda y el cliente compre, que la fábrica produzca y el transportista lleve lo producido. Así, vivimos juntos pero al mismo tiempo aislados, atendiendo a nuestra tarea, preocupados por hacerlo lo mejor posible para no ser sustituidos, para seguir recibiendo nuestro sueldo, que no es más que la grasa que necesita la cadena de montaje. Cada pieza, ocupada en conservar su puesto, velando por su propio interés, vela a su vez e inconscientemente, por la continuidad de la cadena de montaje que le mantiene atada a la misma.

Así, ocupados en nuestra pequeña labor, podremos aspirar sólo a un conocimiento parcial del mundo, el cual se circunscribe a nuestras competencias en nuestro puesto de trabajo. Esto nos hace incapaces de adquirir una visión de conjunto para comprender el verdadero origen de las injusticias y actuar en consecuencia. Pero no, no hay tiempo para eso, la cadena de montaje sigue funcionando, la visión del mundo mejor que sea también manufacturada, producto de otras partes de la cadena de montaje , como la educación o los medios de información.

El tamaño de esta nos abruma, ¿cómo podríamos vivir sin ella? ¿tener todo lo que tenemos sin ella? Nos vemos en una necesaria y casi deseable dependencia de la misma, justificando en pos de nuestra supervivencia, su existencia y todas sus injusticias. Hemos olvidado que durante la mayor parte de nuestra historia nuestras manos nos dieron lo que necesitamos. Por ello una vez convertidos en piezas elegimos la comodidad de asumir el trabajo asignado, en la pequeña parcela de responsabilidad dada, a cambio de sacrificar por ello gran parte de nuestra libertad y acallar nuestra conciencia. Esta grita: ¿quién lleva los mandos de esta cadena de montaje?, ¿quién la observa desde arriba, apretando este u otro botón para obtener este u otro resultado? ¿quién tiene todos los planos de la cadena de montaje, y por tanto acceso a todo el conocimiento sobre funcionamiento de la misma? Yo seguro que no, me limito a hacer y a creer lo que me dicen las piezas más grandes que yo, y estas a su vez, obedecen a las que son más grandes que ellas, y estas, a su vez…

¡Basta! Es posible otra forma de trabajar. No tenemos porqué ocupar un lugar concreto dentro de una cadena de producción. Somos seres cambiantes, seres que crecen y necesitan beber de muchas fuentes distintas para sentirse plenos. Nuestra creatividad es desbordante, y su instrumentalización sólo nos empobrece intelectual y espiritualmente, nos convierte en objetos, en pequeñas piezas de una máquina mayor que no mira por nuestro bienestar, si no por nuestra mayor productividad. El único trabajo deseable es el que se da en total libertad, un trabajo donde el qué, el cómo y el con quién trabajar, son preguntas formuladas por nosotros mismos, y respondidas por nosotros mismos cada día.

 

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